Cuentan que el ladrón se encaramó sobre una silla de madera con felpa roja datada en 1820, que forma parte de la colección histórica. En minutos sacó la espada de Manuel Bulnes y se marchó con ella, junto a su cómplice. Las sillas ahora están amarradas a una antigua mesa del Senado, tal vez para evitar su incursión en nuevos delitos.
Camino por el Museo Histórico Nacional a una semana del robo. Un guardia se esfuerza en supervisar distintas salas del segundo piso, que avanzan desde la Independencia hasta 1973. No hay vigilantes de punto fijo ni alarmas específicas que suenen al tocar los objetos más preciados. Se dice que ciertas piezas valiosas, como un revólver de Balmaceda, han sido sacadas temporalmente de la exhibición.
Hay lecciones de seguridad que sacar de este incidente. Pero del episodio emerge un desafío más profundo: la necesidad de políticas públicas que le asignen a nuestro principal museo histórico la preocupación y fondos que merece.
Pocos edificios en Santiago tienen los siglos de historia de este lugar, cuyos muros acogieron a la Real Audiencia, al Congreso de 1811 y a la casa de gobierno hasta el período de Manuel Bulnes. El día que lo visito, una multitud de niños y un apreciable grupo de turistas recorren esta edificación de líneas neoclásicas, cuyos dignos espacios se levantaron en los albores del XIX. Los soleados corredores del segundo piso acogen a los más cansados.
Es una maravilla disponer de este edificio noble, bien preservado y de fácil acceso, en la mismísima Plaza de Armas. Pero el lugar se hace estrecho. No existe una mínima cafetería, solo expendedoras de bebidas y café, que afean el patio principal. Y solo hay una sala para exposiciones temporales.
Se notan avances y esfuerzos de las autoridades del museo, entre ellos la incorporación de testimonios de la vida cotidiana, audioguías en tres idiomas y la apertura en 2014 de su torre, cuyo mirador constituye un gran atractivo. Por supuesto, el guión y la museografía podrían mejorar. Pero eso requiere, imperiosamente, sumar espacios apropiados que permitan, por ejemplo, desplegar más piezas de la interesante colección de indumentaria y trajes.
El año 2013 se eligió, a través de un concurso, un proyecto de arquitectura para ampliar y vitalizar el museo, del que no se han conocido mayores avances. Es un buen momento para abordar este desafío con prontitud. Antes de que se roben los anteojos de Salvador Allende o los delicados zapatos -número 34- de Javiera Carrera.