La entrevista a José Piñera en el programa El Informante de TVN es un imperdible. Todo partió del hecho que no le gustó la nota periodística que la precedió. La acusó de ser una sarta de mentiras, y que con su emisión el medio había roto el compromiso de evitar toda opinión editorial.
Juan Manuel Astorga, el entrevistador, argumentó que así era el programa. Al entrevistado le tuvo sin cuidado, y anunció que en tales circunstancias se veía obligado a romper él también el contrato, privándolo de lo que parecía más interesante, sus propuestas para mejorar el sistema de pensiones: estas, dijo, las dejaría para una entrevista en otro canal -como efectivamente lo hizo esa misma noche-.
Astorga se defendió diciendo que la nota ilustraba lo que pensaba la gente de la calle, que está abrumadoramente insatisfecha de los resultados del sistema. Esto agudizó la molestia del entrevistado. Lo que ustedes han mostrado en esa nota, señaló, presentándolo como la opinión de los chilenos, son las mentiras que ustedes mismos, los periodistas y los medios de comunicación, les han metido en la cabeza. Esto me obliga, agregó, a destinar esta entrevista a establecer la verdad sobre el sistema.
A eso se abocó en los siguientes minutos, en un tono agresivamente paternal, haciendo caso omiso de las preguntas del entrevistador. Entonces fue que soltó la metáfora del Mercedes-Benz al que solo le faltaba bencina, en la misma línea de la alusión que había hecho horas antes sobre la perfectibilidad de la Capilla Sixtina.
Lo que me pareció notable de la entrevista es que rompió de un plumazo con ciertos postulados sobre los que hoy se organiza el debate público.
Desde el punto de vista de José Piñera no hay tal cosa como periodistas independientes que se hacen su propio juicio sobre las cosas: no, lo que hay son medios que conspiran para mentir y engañar a la gente y ponerla en contra del sistema de capitalización. No hay tal cosa como libertad de la prensa para entregar sus propias opiniones editoriales -como la nota periodística en cuestión-: no, lo que hay son relaciones de tipo transaccional en que los contenidos editoriales deben ser visados antes por el entrevistado. No hay tal cosa como una ciudadanía, que gracias a la educación y las redes sociales, es cada día más crítica, informada y emancipada del control de los grupos dirigentes -incluyendo desde luego a los políticos y a los propietarios de los medios de comunicación-: no, lo que hay es gente desinformada cuyos juicios no deben ser tomados en cuenta, pues no brotan de su propia reflexión, sino que son moldeados por los medios de comunicación y los políticos. No hay tal cosa como la necesidad de prestar atención a lo que expresan los usuarios, bajo la premisa de que ahí hay un conocimiento tanto o más valioso que el de los expertos: no, lo que hay en sus testimonios es un mero reflejo de las falsedades de una prensa y una clase política que mienten con descaro y sin sanción.
La actitud de José Piñera en esta entrevista no calza muy bien con su figura de paladín de la libertad, pues no parece creer en la independencia periodística, ni en la capacidad de las personas de elegir y formarse su propio juicio, ni menos en dar valor a su experiencia o parecer. Pero más que esto me impresionó la dicotomía sobre la que él se instala: la dicotomía entre la verdad y la mentira, entre el conocimiento y la ignorancia, entre el experto y el vulgo, en fin, entre los Miguel Ángel, Karl Benz y José Piñera y los Juan Manuel Astorga.
Se podrá apelar una y otra vez a la "amistad cívica", pero desde esa posición -desde el "mire, Juan Manuel", como machacó patronalmente el entrevistado toda esa noche- no se puede participar en un diálogo dirigido a componer un mundo común basado en la noción de que todas las opiniones tienen el mismo valor, que es lo singular de una democracia.