Sé que hoy las cosas no son como antes, ni son hoy como serán mañana.
Pero, cierta tarde de otoño, de niño, no podía resolver mi primera tarea de regla de tres. Cuando mi papá llegó de su trabajo, conversó con mi mamá y luego, la puerta de mi pieza se abrió y ambos entraron. Mi mamá me dio la pista: "¿y si divides para saber cuánto corresponde a una unidad...?" .
Nunca lo he olvidado; ni sus caras, ni el papel mural cremoso, ni el color de la puerta, ni mi postura, ni el descubrimiento.
No recuerdo haberlo pasado mal haciendo tareas. La biología me llevaba a soportar hediondos cultivos de bacterias en la ventana, para mirarlas después, con aumento. Y, antes, sembré porotos en un plato con algodón... Y experimenté con agua oxigenada, bicarbonato, jugo de limón, vinagre, salitre, sal...
A fines de enseñanza media, un grupo resolvíamos problemas de álgebra desde un libro inglés, el Hall & Knight, por el puro gusto.
Recuerdo a mi abuela que me enseñó a leer en el silabario Matte. O los "palotes" que ensuciaban mi cuaderno de caligrafía.
Mi papá llegaba a casa con "Clásicos ilustrados". Y me regaló un lujoso libro de historia egipcia que me hizo sentir que yo sabía más que mi profesora; hasta la corregí en clase, con pésimas consecuencias.
La discusión actual demoniza las tareas; pero en francés se las llama "los deberes", en inglés "el trabajo en casa".
Se las demoniza como si se opusieran al juego.
Los mejores profesores hacen jugar con el conocimiento. Pero también forman el aprecio al rigor, como mi querido profesor de matemática, Mario Sepúlveda, que después fue diputado.
Pareciera como si hoy no fuera necesario aprender. Como si las calculadoras pensaran la matemática. Como si Google tuviera todas las respuestas.
El saber es más profundo que una solución computacional, más que la información de Google.
Cuando leo sobre la falta de interacción entre padres e hijos, ¿en qué otra instancia pueden ambos mejor interactuar y aprender juntos? Y ¿qué mejor forma de reforzar la responsabilidad personal que exigiendo cumplimiento en las tareas?
Incluso muchas de las estrategias de educación en salud, en medio ambiente, en civismo se diseñan para que pasen a los padres desde los hijos.
Cierto que el cansancio laboral nos puede desplomar a los padres y a los abuelos. Y ahí aparece la hija, o la nieta, con su cuaderno en la mano, pidiendo ayuda. (Yo sé que cada vez los padres tienen menos tiempo. Pero yo veo cómo mi nana llega a su casa y motiva a su hija. Es posible).
Este debate sobre las tareas lleva más de un siglo. Muchas investigaciones miden la efectividad de las tareas por las notas que sacan los estudiantes. No basta; hay otros resultados que no tienen nota.
¿Y qué se avizora?
En la era de la información, la idea es que en clase no haya que "pasar" materia. En clase se conversa, se resuelven dudas, se afianza lo estudiado.
¿Y dónde se ha visto la materia?
Antes de la clase; en libros, en internet...
El futuro es uno de más tareas, no de menos. De más deberes, no de menos; de más trabajo fuera de clase.
No porque la información crezca, no porque esté siempre disponible, sino porque, como en un videojuego, no es llegar y sentarse para viajar al espacio: hay que conseguir ayuda para dominar las naves, trabajar en equipo, conocer el mapa del universo y sentir pasión por cumplir la meta, pese a todos los obstáculos.