La influencia alemana en la cocina chilena es profunda, pero no extensa. Ciertos embutidos (las gordas), chucrut, cerveza (algunas), algunas mostazas, algunos panes y (hagan aquí Sus Mercedes la reverencia) el kuchen. Y "pare de contar". No hay mucha traza de guisos, ni de otros empleos del repollo fuera del mencionado, ni de quesos. Y eso que la cocina alemana, relativamente sobria, como todas las cocinas boreales de Europa, tiene una rica variedad regional: en todo orden de cosas, Alemania sigue, hasta hoy, siendo una junta de regiones más que otra cosa.
El kuchen está tan hundido en el subconsciente nacional que es ya un ejemplo de perfecto mestizaje. Y mestizaje popular. Ahora, no es que tengamos (¡el cielo nos libre!) reparos que hacerle a la cocina popular (habría que decir "auténticamente popular", porque aparecen por doquier "ersatz" de ella); pero en Chile, cuando le "echan a la cundidora", ¡ay, que cunde!
Y eso le suele ocurrir al pobre kuchen populárico: harta masa (durona), crema pastelera bien espesa, poca fruta configurando un delgado tercer estrato, que no alcanza a saborizar la gruesa infraestructura. ¡Absit!
Si Ud. quiere comer el kuchen en la plenitud de su gloria, ha de venir al Wenger Haus que, aparte de otras bondades, tiene la de compadecerse de los diabéticos: prácticamente todos sus productos están duplicados para ellos, sin azúcar. La variedad de kuchen es grande, y el tamaño de cada uno es relativamente importante. Por eso, han ideado ahí la posibilidad de que Ud. compre o dos mitades o cuatro cuartos, para formar un kuchen que vale, entero, $14.500. Nosotros probamos un kuchen de pera con una masa de almendra (típico, según nos dijeron, del sur de Francia...) y muy fino. Otro, que reúne todas las características que un chileno espera de un kuchen, de frambuesas; otro de duraznos, y uno, también muy bueno, de nueces.
Un capítulo aparte merece el strudel que se hace en este lugar. El tema da para mucho, pero no se preocupe, no latearemos: el de aquí, se vende en un envase de aluminio que conserva todos los jugos producidos por el relleno de manzanas y frutos secos. Es un strudel excelente, cuya masa es fina (no es de masa filo, como es el uso en otros lugares), y un sustancioso relleno. Es único en Santiago.
Probamos también unos pequeños quequitos, los canelé ($1.000), muy ricos y originales: tienen el centro blando y cremoso. Y también unos que nos presentaron como muffins ($1.200), según el uso chileno, pero que son, en verdad, muy buenos quequitos individuales (el de arándanos nos pareció excelente).
Wenger Haus se ha extendido y tiene un salón de té anexo donde también se puede tomar un lunch, con una variedad de quiches y ensaladas. Y hay buenos helados.
Resumen: excelente lugar, con estacionamiento al frente. No perderse el strudel.
Tomás Moro 1749, 2 2813 0796.