La literatura de las madres tiene una cierta tradición en el siglo XX: Albert Cohen, Georges Simenon y Julián Herbert, al menos, han entrado en esa ruta del homenaje y el recuerdo, que puede funcionar como un exorcismo de los fantasmas o un gesto de amor. Es el caso de este libro del peruano Sergio Galarza, "un libro que huye de la ficción" y que reconstruye tanto la vida de Doris Puente como la del autor, el hijo menor, el rebelde, el migrante, el que estudió derecho, igual que su madre, pero que nunca ejerció, porque en algún momento -también gracias a su mamá- descubrió que su vocación era la de escritor y desarrolló además un estilo formado por ella, una escritura "que aborrece, o trata de aborrecer las palabras raras, llamativas por su sonido o por la imposibilidad de pronunciarlas al primer intento".
El libro tiene cuatro partes. En la primera, Galarza alterna recuerdos de su infancia y adolescencia con el tiempo en que se entera de la enfermedad de su madre y prepara las maletas para volver a Perú; aborda la rectitud y la vocación de justicia de su madre, pero también su afición al tarot y su fe religiosa. La segunda ahonda más aún en la vida familiar, en los partidos de fútbol, su carrera de jugador suplente y en la tormentosa vida matrimonial de sus padres. La tercera reconstruye, a partir de la agenda de Doris, el viaje que ella y Sergio hicieron por España; lugares, personas, gastos, y una canción de Bob Dylan, aquella de las preguntas cuyas respuestas flotan en el viento, preguntas que, piensa Galarza, se hacía su madre, o se parecían a las que ella se formulaba y por eso anotó la canción en la agenda puntuada por citas de filósofos o de gurús de la autoayuda, un género que Galarza -que trabajaba en una librería cuando supo de la enfermedad de su madre- denomina "ese consuelo para gente desesperada que se traga cualquier sintaxis desnutrida de sudor como si fuesen revelaciones divinas". Respuestas que flotan en el viento, porque su madre, en ese viaje, ya sabía de sus bultitos en los pechos y, según cuenta luego el autor, optó por no tratarse, por dejar que la enfermedad reclamara sus derechos, aunque habría preferido, sin duda, un final menos angustioso. La última parte, la más emotiva y desoladora, relata esa decadencia del cuerpo de la enfermedad terminal, pero también el emocionante testimonio de una mujer entera que fue el pilar de la familia y se reservó incluso dirigir el epílogo de su vida.
Sergio
Galarza.
Montacerdo,
Santiago, 2016.
168 páginas.