¿Por qué cierta izquierda ha arremetido con tanta furia contra Cheyre? ¿No fue él quien despinochetizó al Ejército y quien hizo un mea culpa oficial por la responsabilidad institucional en las violaciones a los derechos humanos? Muchos duros lo miran todavía con muy malos ojos, y más de alguno habrá dicho por lo bajo: "con su pan se lo coma". ¿No era una de las figuras favoritas de Lagos, que todavía en 2013 no tenía ninguna duda a la hora de exculparlo de cualquier responsabilidad? Todo Chile oyó sus palabras cuando dijo el ex Presidente: "¿Qué otra cosa podría haber hecho un teniente de 25 años, cuando se está en estado de guerra?".
Por eso, la dureza de la izquierda radical y su preocupación por vincular al ex comandante en jefe del Ejército con un episodio que es como el prototipo de la maldad, la tristemente célebre "Caravana de la muerte", es, en primer lugar, el ajuste de cuentas de esa izquierda con la lógica benevolente de la Concertación. En tiempos de Aylwin, Frei Ruiz-Tagle o Lagos, lo más importante no era lo que alguien podía haber hecho en el pasado, sino el papel que debía desempeñar en ese delicado proceso que llamamos "transición"; la suya era una lógica política. Por esta razón, Cheyre era para ellos una suerte de superhéroe, el hombre llamado a poner al Ejército en la lógica de una moderada socialdemocracia.
Pero no todos estaban contentos. Esas transacciones y acomodos graduales resultaban insoportables para algunos, y la manera de cambiar las cosas y abandonar los criterios concertacionistas se resume para la izquierda más radical en dos conceptos: jueces y Nueva Mayoría. Como los jueces no tienen por qué seguir la lógica de los procesos políticos, fueron poniendo la mano dura que la izquierda pedía y que la Concertación no estaba demasiado interesada en aplicar, en virtud de la "justicia en la medida de lo posible" de Aylwin. La segunda rebelión de la izquierda se llama Nueva Mayoría, cuyos frutos ya hemos ido conociendo en los últimos dos años.
Pero hay más. Cheyre pertenece a aquellos militares que, aunque probablemente no tienen problemas a la hora de hablar de "golpe" en vez de "pronunciamiento", estuvieron convencidos de que la intervención castrense era necesaria (con una postura análoga a la de Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y otros). Y eso la izquierda no lo perdona, porque el "nunca más" de Cheyre se refiere a la tortura, a los abusos y al "terrorismo de Estado", pero no a la intervención misma que puso fin al gobierno de Allende.
En un contexto de Guerra Fría, sostenía Cheyre en 2004, el Ejército actuó "con la absoluta certeza de que su proceder era justo y que defendía el bien común general y a la mayoría de los ciudadanos". Más allá de lo que haya hecho o no cuando era teniente -es decir, por encima de la lógica comprensiva de Ricardo Lagos-, esa es una cuenta que para cierta izquierda debe ser pagada.
Resulta hoy muy difícil medir si el imputado en este proceso tuvo alguna participación y en qué consistió, atendido que las acusaciones conocidas todavía dejan muchos hilos sueltos. Además, las probabilidades del ciudadano Juan Emilio Cheyre de ser juzgado con justicia son más bien escasas, de modo que tampoco es seguro que el futuro despeje nuestras perplejidades actuales. Pero una cosa es cierta: nos guste o no, una enseñanza quedó marcada en la historia nacional desde el día en que el general Cheyre fue detenido. De ahora en adelante será muy difícil, casi imposible, que un militar que haya vivido en esa época quiera prestar la más mínima colaboración al esclarecimiento de esos hechos que tienen a un gran número de familias chilenas en la incertidumbre respecto del destino de sus familiares desaparecidos. Si todavía albergaban alguna esperanza, ella se ha transformado en quimera, porque todos los ex uniformados se preguntarán: "si eso le pasó a Cheyre, ¿qué quedará para el resto?".
Esta constatación es, ciertamente, terrible, pero es la manera en que reaccionan los seres humanos. Ella significará que las familias de los desaparecidos nunca recibirán el último de los consuelos humanos, el de devolver a la tierra a quien de la tierra viene. Es terrible, pero debemos tener el valor de reconocerlo y no hacernos falsas ilusiones. La justicia absoluta que impulsa cierta izquierda nos lleva a palpar, hasta las últimas consecuencias, el hecho de que los chilenos somos hijos de una historia terrible.