Una de las manifestaciones más evidentes de una sociedad de libertades y responsabilidades es la existencia de los tres tercios.
Están instalados en la política desde hace más de un siglo, cuando radicales y comunistas inauguraron el centro y la izquierda. Las religiones que ofrecen cosmovisiones son dos, las judeocristianas y las de nuevo cuño, pero hay un tercer tercio integrado por ateos y agnósticos. En nuestra estructura social se expresa también la trilogía, a través de los consabidos sectores altos, medios y bajos. A su vez, la cultura nacional se cultiva tripartitamente a través de instituciones estatales (museos, bibliotecas, centros culturales, etc.), particulares con financiamiento de los contribuyentes (Fondart) y propiamente privadas.
Por su parte, la economía ha sido sistemáticamente desarrollada desde tres mundos: por los particulares bajo su riesgo, por otros privados con subsidio estatal y por instituciones fiscales: si hasta la UP quería establecer las tres áreas de la economía. ¿Y en cuanto a las comunicaciones? También se ha intentado que confluyan unos medios a los que se define como públicos, flanqueados por algunos difusores estatales y por otros comunicadores privados. Una vez más, tres tercios.
Nada tiene de extraño, entonces, que en educación se haya procedido del mismo modo y que desde hace cerca de doscientos años venga desarrollándose un sistema de provisión educacional tripartita. Ha educado el Estado, han educado las confesiones religiosas, han educado otros particulares. Liceos, escuelas parroquiales, colegios binacionales: buenos ejemplos de una oferta en tres dimensiones. Y a partir de esa matriz, después se desarrolló otra tríada: colegios particulares subvencionados, municipales y particulares pagados.
Algo misteriosamente sencillo tienen los tres tercios: se llama libertad.
Por eso, también en nuestra propia historia universitaria aparecen tres realidades. Hasta 1980 había ocho universidades: dos estatales, tres católicas y tres privadas aconfesionales. Y después de la decisiva reforma de la presidencia Pinochet, los tres tercios siguieron desarrollándose, aunque con diferente contenido: nuevas universidades de propiedad particular, antiguas universidades de propiedad particular, nuevas y antiguas universidades de propiedad estatal.
Han pasado casi 40 años y hoy bien puede afirmarse que existen tres tipos de universidades en Chile, lo que exige una nueva clasificación: las desarrolladas, las que están en vías de desarrollo, y las subdesarrolladas. Cualquier análisis serio, hecho desde la perspectiva de la calidad, reconoce esta triple realidad y coloca por igual en cada una de sus categorías a ciertas corporaciones estatales, a determinadas particulares antiguas y a unas específicas privadas nuevas. Las tres nuevas especies, bajo una mirada no ideologizada, quedan integradas por universidades de muy diferente origen y propiedad.
O dicho burdamente: hay buenas, regulares y malas de todos los colores.
Esta realidad es la que no está dispuesto a reconocer el Gobierno en su proyecto de educación superior. Todo apunta a reducir los tres tercios a dos, eliminando gradualmente a las universidades que presenten malformaciones o riesgos para la vida social. Una vez que esas corporaciones —las más débiles, las más necesitadas de ayuda— hayan sido eliminadas, el fortalecimiento paralelo de las estatales —sea cual sea su realidad— habrá perjudicado de paso a las más excelentes universidades de propiedad privada.?
Algo hay en los tres tercios que incomoda definitivamente a los socialistas. Se llama libertad.