Atravesamos, sin lugar a dudas, la etapa económica y política más álgida desde que el país regresó a la democracia, y es posible que -con excepción del gobierno de Salvador Allende- el actual sea el con mayores turbulencias en nuestra historia democrática desde 1958. Una de las razones para esto es la aplicación a rajatabla de un programa de gobierno rupturista con respecto a lo que Chile venía construyendo por décadas y que lo mantuvo como referente inspirador -no perfecto, desde luego- para numerosos países e instituciones. El "síndrome Cristóbal Colón" del que sufre la actual administración -esto es, creer que la historia comienza con el arribo de uno- ha resultado pernicioso en lo general, polarizador en lo político y desconcertante en lo económico. Por fortuna, en materia de integración regional, La Moneda optó por la continuidad, es decir, por seguir impulsando la exitosa Alianza del Pacífico, que abrazó el gobierno de Sebastián Piñera.
Esta Alianza -integrada por Chile, Colombia, México y Perú- fue fundada en 2011 por iniciativa del ex Presidente peruano Alan García, y entre sus objetivos figuran crear un área de integración para lograr la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas; impulsar el crecimiento y el desarrollo económico con el fin de alcanzar mayor bienestar, justicia e inclusión social, y devenir plataforma de articulación política e integración para proyectarse al mundo, en especial, al Asia-Pacífico. La AP, con más de 210 millones de habitantes y la mitad del comercio latinoamericano, es una de las zonas económicas más dinámicas del planeta y, desde luego, la de mayor éxito en la región. Basada en el libre comercio y ajena a la retórica florida que suele abundar en agrupaciones regionales, surgió como integración pragmática, profunda y no ideológica frente a la integración bolivariana impulsada por Hugo Chávez, de la cual lamentablemente quedan más bien las declaraciones de intenciones.
Pese a que la administración Piñera se la jugó por promover la Alianza del Pacífico, que cuenta con Panamá y Costa Rica como candidatos a miembros y 49 Estados observadores, la administración Bachelet mostró en un inicio tibieza frente a ella. De hecho, intentó mantener equidistancia frente a los principales esquemas integradores regionales y asumir el rol de puente entre ellos, algo complejo debido a la brecha que existía en las respectivas realidades y visiones económicas y políticas. La causa para esa tibieza es de explicación simple: la AP se inspira en el emprendimiento privado y el libre comercio, y busca sin complejos las oportunidades que brinda la globalización, actitud que difiere de la postura estatista, proteccionista y a trechos anticapitalista del ala jacobina en la Nueva Mayoría.
Sin embargo, el ostensible fracaso de la integración bolivariana, más retórica que real, que se fue haciendo evidente por la pérdida de vitalidad de Brasil, la crisis Argentina, el desplome de Venezuela, la pérdida de aire de Ecuador y las carencias crónicas de Cuba, terminó por colocar a un gobierno de corte refundacional ante la única alternativa de integración regional seria. No quedó otra. Y hoy parece no haber otra. En esto, la Presidenta Bachelet -aunque más proclive al Brasil de Dilma Rousseff que al México de Enrique Peña Nieto- leyó, sin embargo, correctamente la realidad. Si bien aspira a reformar a Chile y adhiere a nivel nacional al "principio esperanza" de Ernst Bloch, en materia de integración regional escogió el "principio realidad". ¡Bien por Chile y la AP!
No debe olvidarse, en ningún caso, que hasta hace poco Chile era un ejemplo sólido dentro de la AP por sus logros sostenidos en crecimiento, apertura, inversión, éxitos en la lucha contra la pobreza y monto de PIB per cápita (exhibe US$ 23.500, Colombia 13.800, México 9.000 y Perú 12.100). Ahora, sin embargo, estos socios nos observan preguntándose si no habrá comenzado nuestro declive, el fin de la excepcionalidad chilena. En rigor, Perú nos duplicará en crecimiento este año, Colombia avanza hacia una paz que beneficiará su clima económico, y México cuenta con un potencial económico, una ubicación geográfica y mercados vecinos formidables. Es evidente que en la AP observan con extrañeza el impacto económico de las reformas de Bachelet, su abrupta impopularidad y el clima de violencia y polarización que comenzó a envolver a nuestro país.
Durante el año que presidirá la Alianza, que comienza ahora, la Presidenta tendrá la oportunidad de poner de manifiesto su compromiso y plena sintonía con la integración más exitosa lograda en tierras latinoamericanas. Podrá asimismo demostrar que, más allá de sus convicciones ideológicas, sabe actuar de modo pragmático y eficiente. Pero, por otra parte, afrontará el gran reto de resolver las prioridades que se propuso para su mandato: la mejora de la calidad de la educación, la innovación para impulsar la transformación productiva y la internacionalización de las pymes. Es precisamente en estos ámbitos -el manejo de la educación, la economía y el mundo de los emprendedores- donde Bachelet ha cosechado gran parte del masivo rechazo ciudadano. Tal vez la conducción de una alianza regional de carácter pragmático y basada en el diálogo y los consensos tenga la virtud de contagiar a la Mandataria de un nuevo estilo para lo que le resta de su gobierno.