Estamos a exactamente 500 días de la próxima elección presidencial. Y, en la práctica, solo hay un candidato: Sebastián Piñera.
El ex Presidente ha decidido iniciar su "operación retorno" en los próximos días con la gira de presentación del libro -escrito por el converso Mauricio Rojas-"La Historia se Escribe Hacia Adelante".
La Nueva Mayoría, por su parte, no tiene candidato. La opción de Ricardo Lagos -que está, sin duda, en el cuadro de honor de los presidentes de Chile- se ve menos probable día a día. No solo porque tendría que asumir con 80 años, sino porque fundamentalmente tendría que a los 80 años empezar a darles explicaciones a diputados adolescentes y a dirigentes autoflagelantes de su propio sector. Si el 2009 pidió consenso absoluto en torno a su persona, parece impensable que 8 años después esté dispuesto a pisar la hojarasca.
Encontrar otro candidato que pueda unir a una coalición, en la que conviven desde Camila Vallejo a Jorge Burgos, es impensable.
¿Cómo lograron hacerlo con Bachelet? Gracias a la popularidad de ella en las encuestas y a la utopía de un programa en el que solo había acuerdo en los titulares. Ocurrida la desafección con el programa y no existiendo ningún candidato con alta popularidad, las diferencias ideológicas deberían acrecentarse.
Es cada vez más probable, por lo tanto, que la Nueva Mayoría enfrente con dos cuerdas la próxima elección y que -para que parezca que nada ha cambiado- exista un apoyo de segunda vuelta. Pero ni aun así hay candidatos competitivos. Isabel Allende no tiene carisma. Ignacio Walker no tiene relevancia. Jorge Burgos no tiene ganas. Carolina Goic no tiene renombre. Alejandro Guillier no tiene estatura.
Y si bien el ex Primer Ministro inglés Harold Wilson nos advirtió hace muchos años que en política una semana puede ser mucho tiempo, todo parece indicar que es difícil que Piñera tenga un rival de peso en la vereda de enfrente, repitiéndose un guión similar al que vivió Bachelet en 2014.
Resuelto el frente externo, a Piñera le queda el frente interno.
La UDI, golpeada, no tiene la fuerza, las ganas ni las alternativas para levantar.
José Antonio Kast irá por fuera, en lo que augura ser un acto eminentemente testimonial, que -por contraste- le beneficiará a Piñera. Esta candidatura podría transformarse en el resumidero de los males de la derecha: el ultraconservadurismo y el pinochetismo.
Queda entonces solo RN. "La montonera" como solían calificarla en los 90.
Allamand y Espina saben que no tienen opción. Por lo que solo queda Ossandón.
Y Ossandón es un buen candidato. Tiene una mezcla de populismo con credibilidad que lo hace ser competitivo. En su disputa histórica con Piñera no parece dar tregua y es posible que se termine transformando en una piedra en el zapato de Piñera, pero que difícilmente mermará su posibilidad presidencial.
Por otra parte, Piñera también tiene otro flanco: está pendiente una explicación detallada sobre las platas de Bancard y el financiamiento de la política. Sin embargo, en este tema, Piñera parece ser incombustible. La ciudadanía no le exige la pulcritud que les exige a otros políticos.
¿Qué significaría la llegada de Piñera? ¿Que Chile se arrepintió del cambio al modelo? ¿Que se quiere volver atrás? ¿Que las viejas necesidades básicas descritas por Platón en la República (alimentación, vivienda y vestuario) vuelven a ponerse en primer lugar, frente a la discusión del "régimen ideal"?
Es probable que una suma de todas las anteriores. Y de algunas otras.
A lo anterior se agrega otra gran pregunta: ¿Qué tendría que hacer Piñera en un eventual nuevo gobierno? ¿Ahora sí debería gobernar como alguien de derecha, como le piden los duros?
La respuesta es no.
Paradójicamente, Piñera tiene que volver a gobernar de la misma forma. No porque lo haya hecho extraordinariamente bien (aunque el saldo es claramente positivo), sino porque los chilenos volverán a poner en valor la moderación (alejado de retroexcavadoras), el no dogmatismo (capacidad de subir impuestos cuando fue necesario), su enemistad con el pinochetismo (los trató de cómplices pasivos) y -paradójicamente- las parcas rojas (símbolo de hacer bien la pega).
Los ajustes por lo tanto debieran ser menores. Y deberían ir en tres vías. La primera es no volver a despreciar a los políticos, como lo hizo en la primera parte de su mandato. La segunda es asumir desde un inicio que la extrema izquierda volverá a tratar de impedir que gobierne. Y la tercera, es ser capaz de construir un proyecto menos personalista.
Esto último es probablemente lo más difícil, porque como en la fábula de Esopo, el escorpión-aunque no lo quiera- siempre termina picando a la rana. Está por verse si -en caso de que se dé el escenario- la razón primará por sobre la naturaleza, permitiendo a escorpiones y ranas crear un proyecto común.