Se nos dice que Santiago (es decir, Chile) se ha transformado en "destino" gastronómico mundial, igual que otros lugares como Seúl y Sydney. Y hay algunos restoranes santiaguinos que han recibido honrosos premios en el extranjero. Bien por ellos. Cualquiera sea el valor de esos galardones, éstos tienen, o deberían tener, un saludable efecto entre nuestros "restauradores", animándolos a cuidar el detalle.
Las papas bravas que componían las entrañas bravas ($11.900) que, para compartir (como recomienda la carta), pedimos en el Oporto, eran infinitamente mansas y domesticadas: las papas bravas han de "bravear" siquiera un poco, lo que no significa necesariamente picar, pero sí provocar alguna razonable excitación en las papilas gustativas. Estas, como papas bien doraditas, estaban buenas; como "bravas", no. Y el plato no era de tamaño como para compartir. No, señor.
La carta no ofrece grandes novedades, si es que vamos a ello, como parece ser la moda. Nada que objetar en este punto. Pero sí quisiéramos encontrar manifestaciones de la personalidad del lugar (o del chef) que nos hagan preferir este restorán a otros, llamados a elegir para una salida. Buscando esa singularidad, pedimos un risotto a la mancha ($12.900), cuyo nombre, algo curioso, alude a la región de La Mancha, por el queso manchego que trae. Se trata de un risotto de mariscos (anunciados: locos, machas, camarones), hecho con un caldo de mariscos suficientemente sabroso. Nos costó identificar las machas, y los mariscos venían, pasados por la sartén, encima del guiso. En cambio, las anunciadas espinacas no se hicieron presentes esta vez. Lástima: la idea era interesante. Bueno: un razonable risotto "a la chilena", es decir, cremoso de crema, no de técnica de cocción.
Hay una sección de carnes a la parrilla en el menú, pero como suele lucir aquí más el mérito de la vaca que del chef, nos fuimos a un preparado cárneo: filete saltado Oporto ($12.900). Que resultó ser un filete saltado a la peruana, con cebolla, tomate, puesto sobre arroz, y coronado por un huevo excesivamente pochado, que hubiera estado mejor frito. Sólo faltaba la salsa soya y el jengibre. Las papas fritas, eso sí, no eran tales, sino papas cocidas y luego doradas. Lo cual no es lo mismo.
Nos llamó la atención un plato de locos a la parrilla ($9.900): venían éstos cocidos no a la perfección, y pasados por la parrilla, sin ventaja alguna. Traían en salsera una mantequilla meunier, sin limón ni perejil picado. Y apenas tibia.
Postre: un buen cheesecake de arándano.
Todo está en el detalle. Esas papas fritas no fritas, esas otras bravías no bravías, esas espinacas ausentes, esa salsa meunier poco meunier... Buen servicio. Es lugar especialmente para jóvenes (abundantes tragos y picoteos). La música (el bom-bom) a ellos destinada, demasiado fuerte (separen ambientes...). Estacionamiento nocturno en la calle.
Isidora Goyenechea 3477, Las Condes. 2 2378 6411.