Una comparación entre Carolina Tohá y Giorgio Jackson -casi a punto de irse a los votos por la alcaldía de Santiago- arroja luz sobre algunos fenómenos que están a la base del Chile contemporáneo.
En primer lugar se encuentra el caso de Jackson.
Cada cierto tiempo la marea de los años arroja sobre la playa del espacio público a un grupo de personas que, unidas por la juventud, posee un cierto sentido de vanguardia: la sensación de que está levemente más adelante que los demás en la historia; la creencia de que ve algo que los otros no; la convicción de que curará, por fin, los errores en que incurrieron los más viejos. Fue el caso del Mapu, de la Izquierda Cristiana, incluso fue el caso de la Decé. En cada uno hubo un liderazgo carismático que cohesionaba al grupo: fue el caso de Rodrigo Ambrosio, de Bosco Parra, fue incluso el caso de Frei (Montalva).
Hoy es el caso de Revolución Democrática. Y es el caso de Giorgio Jackson.
La aparición de ese grupo está alimentada, hasta cierto punto, por un fenómeno estructural de amplio impacto: la expansión de la escolaridad y del consumo que es consecuencia de la modernización capitalista. Esa expansión ha creado la juventud más escolarizada de la historia de Chile y, al mismo tiempo, la que está provista de más expectativas y, por lo mismo, de mayor tendencia a la frustración. Esa juventud (parte de la cual salió a la calle por estos días) necesita que alguien racionalice la pulsión de cambio que la anima. En la rara dialéctica de masa y élite que está a la base de la política, el grupo de Revolución Democrática tiene ante sí esa tarea: racionalizar esa pulsión y conducirla.
Enfrente de ese caso, y en un crudo contraste, se encuentra el caso de Carolina Tohá.
Ella es, en el panorama de su generación, la más brillante y carismática. De eso no hay duda. Pero la suerte de una política no se mide solo por el talento. Una política llega tan lejos como augura su talento; pero también como lo permite la circunstancia que le ha tocado vivir. Y en el caso de Tohá esa circunstancia ha sido desafortunada. Ella ha desenvuelto su vida política sin la oportunidad que tuvo Jackson: cuando Carolina Tohá tenía la edad de Giorgio Jackson, la democracia estaba recién reverdeciendo. Y entonces fueron los políticos cuya vida pública estuvo suspendida durante diecisiete años quienes asumieron el protagonismo dejando a los que entonces eran de verdad jóvenes en una permanente espera. El resultado fue que en Chile hubo una generación -la de Carolina Tohá, la de Lagos Weber- que es hasta cierto punto una generación perdida para las grandes causas, una generación atrapada, por decirlo así, entre la de Jackson (que emerge) y la de Zaldívar (que languidece).
Giorgio Jackson no ha tenido historia y, por lo mismo, puede esgrimir la pureza total y la limpidez de intenciones; Carolina Tohá, por su parte, ha experimentado cuán torcidas pueden ser las letras del tiempo.
Las figuras de Carolina Tohá y Giorgio Jackson muestran así, como en un ejemplo, como si cada una representara un arquetipo, los vaivenes que ha vivido el Chile contemporáneo. La exitosa y turbia modernización y la, por ahora, limpia queja por sus defectos.
La disputa que -que no llegará a ser tal- por la alcaldía de Santiago insinuó además un enfrentamiento entre dos destinos.
Uno, el de Carolina Tohá, el destino de quien, postergada por quienes vieron su vida interrumpida con el golpe, ha estado condenada incluso en su madurez a una segunda fila, al papel de discípula o protegida; otro, el de Giorgio Jackson, con la oportunidad temprana de conducir a una parte de las mayorías que, como consecuencia de la modernización, han expandido sus expectativas (e incrementado su frustración).
¿Será una figura como la de Tohá o como la de Jackson la que tendrá a su cargo la política del Chile que viene?
No es posible saberlo, por supuesto; pero algo es claro: Jackson y Tohá sostienen sus respectivas figuras animando y subrayando, cada una, las dos fuerzas subterráneas que configuran la realidad del Chile contemporáneo: la luz rotunda de la modernización, Tohá, y la inevitable sombra de sus defectos, Jackson.