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Cartas
Sábado 21 de mayo de 2016
¿Qué habría hecho Aylwin?
Señor Director:
A raíz de una columna en que instaba a la centroderecha a participar en el proceso constituyente superando sus comprensibles aprensiones, el senador Andrés Allamand me acusa de un "impulso irresistible" a dar consejos -equivocados por cierto- al sector al que él pertenece. Menciona la estrategia de "el desalojo", que en su hora yo impugné, a la que el senador -quien de paso es su autor- le asigna la victoria de Sebastián Piñera en 2010. Curiosa reivindicación, cuando tal estrategia fue explícitamente dejada de lado por el Presidente Piñera, prueba de lo cual fue que no invitó al senador Allamand a su primer gabinete, y que su administración, en lugar de "desalojar" lo que se venía haciendo con una retroexcavadora, optó por "presentarse como una proyección de la Concertación", tal como modestamente lo había sugerido.
El senador Allamand despacha mi exhortación a participar en el proceso constituyente con epítetos de grueso calibre: la invitación presidencial es un "canto de sirena"; los encuentros y cabildos son "patota" y "barras bravas"; los facilitadores son "activistas políticos"; el Consejo Ciudadano de Observadores es un "árbitro saquero"; los gremios que han decidido participar son "ingenuos". Ni una palabra, sin embargo, frente a mi argumento: que eso y mucho más se podía decir del plebiscito de 1988 -en esto estaremos de acuerdo, supongo-, pero aun así la oposición participó, abriendo camino al Chile que hoy tenemos.
Espero que Andrés no lo tome como otro consejo, pues veo que estos le repugnan, pero estimo que la centroderecha debiera aprovechar esta oportunidad que ofrezca la democracia para medir y legitimar su ideario. Sus ideas tienen más arraigo en las prácticas ordinarias de los chilenos que en los círculos intelectuales y políticos; y por lo mismo, es de su completa conveniencia sacar la discusión de estos círculos y llevarla a la gente común, que es precisamente lo que pretende y permite el proceso constituyente.
Restarse al diálogo y crear un procedimiento paralelo es por otro lado negar su propio ideario. Si la centroderecha cree efectivamente en el impulso libertario de los individuos, si confía en la capacidad de estos para discernir sobreponiéndose a restricciones y condicionamientos, si tiene más fe en la sociedad civil, más que en el Estado; si se fía más en la inteligencia de la mano invisible que en la inteligencia de los expertos, si confía más en los movimientos "bottom-up" que en los "top-down", ¿cómo se entiende entonces que se margine de un proceso de este tipo, que reivindica el valor del esbozo, de la reconfiguración y de la incerteza?
Todos tenemos un "impulso irresistible". El mío, dice Allamand, es aconsejar a la centroderecha. El suyo, creo, es defender las posiciones que adoptó en el pasado. Apelando a esto le sugeriría -otra vez mi maldito impulso- leer lo que él mismo dijo de Patricio Aylwin, alguien que "siempre entendió que la política tiene límites", y cuya figura "es en sí mismo un mensaje muy potente para la política del Chile de hoy: cuando se avanza a través de acuerdos al país le va bien; cuando pretende que el camino es el de la beligerancia, la hostilidad, las descalificaciones y el conflicto, inevitablemente le va mal".
Le pregunto a Andrés Allamand: ¿qué cree que habría hecho ese Patricio Aylwin a quien él tanto admira ante el proceso constituyente?; ¿se hubiese quedado afuera o se hubiese incorporado buscando un acomodo, como lo hizo con valentía y humildad en 1988? Espero que esta vez no eluda la respuesta.
Eugenio Tironi