Tuvo que venir la rumbosa versión porteña de "Escenas de la vida conyugal" para enterarnos, a una década de su muerte, que Ingmar Bergman, indiscutido maestro cinematográfico sueco y hombre de teatro, fue también un comediógrafo. Contra su voluntad, por cierto, pues a él -campeón de la angustia existencial moderna- el humor nunca le anduvo. Cómo iba a imaginarse que la miniserie de TV que hizo en 1973 demoliendo amargamente en 5 horas los cimientos de la institución matrimonial, que resumida luego como filme se volvió uno de sus títulos emblemáticos, y al final de su vida en el exilio en Alemania adaptó para la escena, se iba a reactualizar así. Y encima convertirse, más que en buen teatro, en un fenómeno de taquilla (en Buenos Aires, aquí, y en su gira por Madrid y Montevideo).
Claro que quienes se agolparon para comprar entradas y agotaron las seis funciones santiaguinas antes de partir la primera, no lo hicieron por Bergman o por amor al teatro, ni siquiera por la dirección de Norma Aleandro o la coprotagonista Érica Rivas, parte del elenco de la cinta "Relatos salvajes" (el montaje se estrenó en 2013 con otra actriz, Valeria Bertuccelli). Lo hicieron para ver en persona a Ricardo Darín, lo más parecido hoy en Argentina a un astro internacional de cine, y cuyo certero oficio está fuera de duda. Su seducción tampoco: la platea femenina simplemente lo ama. De seguro el montaje local de esta misma obra ofrecido hace 21 años por Jaime Vadell y su esposa Susana Bomchil, jamás se dio a tablero vuelto.
Es difícil determinar en qué momento del proceso -traducción, adaptación, ensayos o en las presentaciones con tanto éxito entre un público buscando pasarlo bien- "Escenas..." se volvió tan deliberadamente reidera. Lo que se mostró aquí es como Bergman reescrito por Neil Simon o, incluso a ratos, por un libretista de 'sitcom' de TV cable. Es una comedia de situaciones sobre la guerra de los sexos y la imposibilidad de convivir en pareja, ejecutada con el ágil 'timing' y la eficacia actoral esperable en Avenida Corrientes, epicentro del teatro comercial porteño. Uno se pregunta: ¿Cuándo ingresaron al diálogo tantas réplicas y contra réplicas ingeniosas como 'one liners'?
Ya se sabe, en las tablas contemporáneas todo está permitido si se trata de actualizar un texto añejo, sobre todo si este tiene un tono solemne, denso y abrumador. Pero, quizás hubiera sido mejor dejar el nombre de Bergman algo más escondido como autor. Claro que de ser así, ¿qué podría darle a este divertimento taquillero un cierto barniz 'cultural' y de profundidad? Ahora lo que se ve y se escucha sobre el escenario retratando una crisis matrimonial, no suena en honor a la verdad demasiado novedoso o punzante. Es un tema que ha sido tratado harto mejor y con más mordacidad en numerosas otras comedias -y en la 'tele'- de los últimos 40 años. El público, predispuesto a sacarle el jugo al alto precio de su ticket, celebra alegremente cada 'salida' de los esposos en problemas, identificándose con ellos en su propia intimidad. Pero luego disfrutar ya no es tan fácil; alrededor nuestro oímos muchos bostezos en la segunda mitad de los 105 minutos que se toma.
Agreguemos que, aunque lo dirigió una mujer, predomina un punto de vista sumamente machista. Juan es un egocéntrico narcisista como muchos, pero a fin de cuentas -gracias a Darín- encantador. En cambio Mariana -insegura, pasiva, dócil y sumisa- no se gana nuestro respeto, deja una impresión más bien de histérica o, peor aún, de muy poco lista.