El fallecimiento del Presidente Patricio Aylwin ha repuesto la controversia acerca de su gobierno y la transición. Mientras unos alaban, otros condenan su moderación, pragmatismo y gradualismo. El separa-aguas entre ambas lecturas es su famosa sentencia de 1990, cuando dijo que buscaría la justicia "en la medida de lo posible".
En su día tal anuncio fue tomado como la notificación de que no habría olvido ni punto final, y que la idea acariciada por muchos de echar tierra a la violación de los derechos humanos mediante el pago de indemnizaciones a los familiares de las víctimas quedaba totalmente descartada. Los militares lo tomaron como una amenaza. Así lo prueba que Pinochet dijera en tono desafiante que "el día que me toquen a alguno de mis hombres se acabó el estado de derecho". La derecha, por su parte, acusó al gobierno de proponerse "desmantelar" el Poder Judicial; la misma imputación -recordemos- que se esgrimió contra Allende para justificar el golpe militar.
Las cosas han cambiado. Los impugnadores de Aylwin ya no son los militares y la derecha, que a la larga se resignaron; son sectores de la izquierda, muchos de los cuales han venido a sacar la voz cuando ya había pasado el peligro y se ponía de moda la teoría del malestar. Hubo en la izquierda quienes lo objetaron desde el primer día, como el FPMR, el Lautaro y el Partido Comunista, pero ellos no pudieron levantar una alternativa política con apoyo popular. La alternativa a Aylwin fueron Pinochet y la derecha, que contestaban su apelación a la justicia; no la izquierda rupturista, que rechazaba que esta avanzara "en la medida de lo posible".
El PC aprendió que tal postura no lo llevaría a lo que deseaba: recuperar el sitial protagónico que tuvo en la democracia chilena previa al Golpe Militar. Dio entonces un giro que lo condujo a la reconciliación con la transición, con los partidos y líderes que la habían conducido, y de paso, con Aylwin. Así lo reflejan las palabras de su presidente, Guillermo Teillier, en sus exequias, donde reconoció "el aporte y la dedicación que tuvo el Presidente Aylwin, en ese paso de abrir la puerta al proceso de reconstrucción de la democracia, en la defensa de los derechos humanos y en políticas públicas que contribuyeron a reducir la pobreza y avanzar en derechos sociales del pueblo".
Los impugnadores rechazan tal reconocimiento. A juicio de estos se pudo haber hecho más, mejor y más rápido. Lo que se hizo fue poco y lento; y no solamente en derechos humanos: también en justicia social, desmercantilización, salud, educación, etcétera. Admiten que hay cosas que se corrigieron o reformaron, pero no se desmanteló el orden precedente, y he ahí el origen de todos los males del presente.
Siempre he pensado que esta crítica tiene algo de infantil. Es como afirmar que Fleming lo hizo bien descubriendo la penicilina, pero fracasó porque no acabó con las enfermedades. O que Swan y Edison fueron unos conformistas, pues no inventaron las ampolletas led y se quedaron solo con las de filamento. O que Lenoir y Otto se equivocaron al inventar el motor de combustión interna, pues no previeron que la emisión de CO2 nos conduciría al cambio climático.
Como dijo Teillier ante al féretro de Aylwin, a los grandes personajes "hay que mirarlos en la dimensión histórica de los momentos que les tocó vivir". Esto coincide con la famosa sentencia de Marx, según la cual "la humanidad solo se plantea los problemas que puede resolver porque al examinarlos con mayor detalle siempre descubre que el problema mismo solo surge cuando las condiciones materiales requeridas para su solución ya existen o, por lo menos, están en proceso de formación". Pero ni el historicismo de Teillier ni el materialismo de Marx hacen mella en los impugnadores.