De las seis direcciones teatrales que hemos visto a Omar Morán a partir de 2006, su versión de "Los padres terribles" es de seguro la que da una impresión más lograda y redonda. Porque el interés algo intermitente que ha revelado hasta ahora por el tema de la desarticulación de la familia y la idea de la monstruosidad presente en los vínculos interpersonales de hoy se avienen bien con la ferocidad y libertad creativa con que Jean Cocteau buscó hacer lo mismo en su texto de 1938.
De tal manera que revitaliza la vigencia de una obra tan provocativa en su crítica hacia la relación paterno-filial y entre adultos y jóvenes, que en su estreno original sufrió censura y prohibición. Y cuyo planteo formal -en que audazmente sobrepuso recursos del melodrama más truculento con los de vodevil, mezclando un estilo básicamente realista con ciertos rasgos de irrealidad (Cocteau siempre estuvo ligado al surrealismo)- corre el peligro de parecer añejo, aburrido o inconvincente, si se le aborda con ánimo demasiado serio y solemne.
En el tono exacerbado, al borde del realismo, que le impone Morán al relato, este luce fresco y curiosamente tan actual como "Demonios", la atractiva pieza en cartelera hasta hace poco (del sueco Lars Noren, 1984). No cuesta establecer analogías entre ambas, empezando por su temática similar, y los montones de ropa y carencia de living con que expresan la disfuncionalidad hogareña.
En 95 minutos comprime los tres actos de su historia desorbitada y perversa sobre un maduro matrimonio que vive con la hermana solterona de ella, la cual siempre estuvo enamorada de su cuñado, y su hijo de 22 que sostiene una relación claramente incestuosa con su madre. La tormenta estalla cuando el joven anuncia que por fin tiene una novia, quien casualmente es la más reciente amante del padre. La adaptación chileniza el medio ambiente incluyendo modismos y garabatos que no suenan fuera de lugar, en tanto ubica a la familia en el 'medio pelo' o como 'nuevos ricos'. Son seres vulgares y odiosos, tan patéticos y revulsivos como risibles, cuya tragedia banal ocurre en la logia de su departamento: la máquina lavadora que preside el lugar indica que hay mucha ropa sucia en casa.
Con todo, la partida es mejor que lo que sigue. Al promediar empieza a sugerir que el texto requería más cortes, y además introduce algunos signos que -si bien el desborde es consustancial a la propuesta- parecen excesos arbitrarios o chistes concesivos (como el peinado y atuendo del padre en el segundo cuadro). Por fortuna levanta en su tramo final, y se apoya en su conjunto en un desempeño afiatado y de buen nivel por el elenco. Aun así Antonia Zegers brilla con luz propia como la madre que usa su insulino-dependencia para manipular a todos quienes la rodean, horrible y ridícula a la vez. La escenografía aporta detalles a medio filo entre el
kitsch y lo ingrato, mientras que la precisa musicalización rompe incómodamente la atmósfera creada.
LOS PADRES TERRIBLES
Mori Bellavista.
Viernes y sábado a las 20:30 horas. Domingo a las 20:00 horas.
Constitución 183, Providencia.
Informaciones: 27775046.