Existe un sentido del humor que parece conectado con Raúl Ruiz, que para estos efectos es una presencia inevitable e ineludible.
Un humor escurridizo y disimulado, porque bajo una historia dramática de búsqueda personal, lo que sobresale son parlamentos ocasionales y presencias secundarias. En esa lateralidad está el abono y el chiste de "Vida sexual de las plantas", y es probable que nadie se ría, como es lógico.
La película, como el título: de algo se trata, pero no se sabe bien de qué. Una clave ruiziana, diría un académico encopetado.
Quizás el propio Sebastián Brahm, director y guionista, tendrá que decidir en el futuro cuál es el tono e identidad que le acomoda. Si el cuento de Bárbara o los cuentos del tío.
En el frontis, el tránsito de Bárbara (Francisca Lewin), una paisajista que llegó al mundo para ser mujer, pero la duda es si para ser feliz o bien lo contrario.
La mujer le pide a su pareja Guille (Mario Horton), un joven abogado, que trepe un risco y le consiga una flor rara y única. Lo hace, se cae, se golpea la cabeza y queda lerdo. Una pregunta palpita: ¿lo de tonto fue debido al golpe o venía de antes?
Hay secuencias que se repiten.
Bárbara dentro de un auto, primeros planos, sus ojos en el espejo retrovisor, está sola y se siente sola.
Bárbara trotando por el parque, travellings y cámara en mano, corre con audífonos y cara de angustiada, no tanto por el esfuerzo, sino por su contexto personal: el lento de Guille, no poder ser madre y algo de culpa.
En esas reiteraciones la película se empantana, porque si algo quería decir, ya lo dijo, y no era necesario repetirlo y luego remarcarlo.
Las otras secuencias reiteradas tienen más sentido, porque son de Bárbara en la cama y generalmente algo le pasa al amante, primero Guille y luego Nils (Cristián Jiménez), donde alguno salta antes de tiempo y al otro le suena el celular.
Nada resulta, una vida a medias y todo se frustra.
Y de pronto, la rareza.
El testimonio de Nils sobre su pasión por los ascensores, donde su mejor pieza es Júpiter, suelo de cuarzo y espejos de acero por el techo. Es un personaje de expresiones mínimas, con un razonamiento que lo desborda. En sus alrededores una compañía fantasmal, la empleada Naty (Nataly Varillas), que intuye cuándo estar o cuándo ir a comprar cebollines.
Y hay un periodista de negocios que hace rankings y odia a los de la lista: los ricos.
Guille ni siquiera sabe la edad de Alexis Sánchez.
La mejor amiga de Bárbara no es ninfómana, pero empeño le hace.
Los relatos de la ginecóloga hablantina y exploradora no tienen desperdicio.
Esta es una película de apariencia dramática sobre la peripecia existencial de Bárbara; y es una manera de verla.
La otra forma está en los bordes, en lo absurdo de lo humano y en los misterios de la naturaleza, porque digamos las cosas como son: ¿a quién le puede importar el sexo de la rosa y el clavel?
Chile, 2015. Director: Sebastián Brahm. Con: Francisca Lewin, Mario Horton, Cristián Jiménez. 94 min. Mayores de 14.