No es que todos quieran que Universidad Católica pierda en los momentos cruciales de un torneo, como afirmó lastimosamente el martes por la noche Cristopher Toselli, el capitán cruzado. Hay que poner la pelota al piso: la UC no es un equipo que movilice tantos anticuerpos de parte de un espectador neutral como para desearle fracaso tras fracaso, como los pueden motivar Colo Colo y Universidad de Chile cuando se trata de representar el anhelo más profundo de sus respectivos hinchas antagónicos.
El problema es aún mayor que la queja amarga y algo resentida de Toselli, un tipo generalmente razonable y muy equilibrado. Lo que sucede realmente es que todos, incluso una buena cantidad de hinchas de la UC, sí piensan que el equipo no va a dar el ancho en los partidos donde tenga que definir el título, como sucedió sin tanto drama hace unas semanas con San Marcos en Arica, y como pasó ahora con San Luis en Quillota. Ya se ha hecho parte del inconsciente colectivo del aficionado futbolero que la Católica trastabille cuando no debe, se caiga justo en el último peldaño, "arrugue" en el más inoportuno de los momentos, ya sea con rivales de pedigrí o con oponentes que exhiben una campaña que da más vergüenza que orgullo.
El gran problema es cuando este fenómeno tiene alcances patológicos y se propaga al interior de la institución, contagiando a los dirigentes, cuerpo técnico y jugadores. Y nadie en Universidad Católica, a la luz de los antecedentes de la última década, puede refutar que no ganar cuando es obligatorio y se tienen los recursos y herramientas más que necesarios para hacerlo ya se ha transformado en un síndrome, una dolencia crónica que afecta más allá de lo futbolísticamente entendible, se juegue mejor, igual o peor que el contrincante de turno.
Mucho se ha hablado esta temporada de la ausencia de un líder carismático dentro de la cancha, otro tanto de la falta de experiencia de un plantel formado mayoritariamente en casa; de un exceso de confianza fundado en la irregularidad de los otros aspirantes al título o de un entrenador incapaz de aplicar correcciones eficientes en los anteriores tropezones del equipo... Sin que exista un factor claramente determinante que aporte una respuesta convincente, lo concreto es que las tesis se van sumando en la medida que las frustraciones van creciendo y el dañino mote de segundones, deportivamente injusto y estadísticamente hiriente, comienza a ser una marca indeleble.
El riesgo ahora es que por salir a buscar la revancha enceguecidamente o pretender individualizar a los culpables de lo que probablemente sea una nueva decepción, Universidad Católica se despreocupe de hallar el origen del síndrome y también de su eventual cura. Porque la posibilidad de que este virus se disemine a las nuevas generaciones es tan alta como que se termine transformando en un estigma tan representativo como la cruz azul.