Dado que el actor y músico Francisco Sánchez, fundador y líder de Tryo Teatro Banda, es el principal gestor de la valiosa línea de trabajo de este grupo independiente con 15 años de vida; y que siempre fue el eje máximo de atracción en las distintas formaciones de su elenco, era cosa de tiempo que se decidiera a hacer un unipersonal.
La ocasión la da "¡Parlamento!", que se estrenó en mayo pasado y ahora se repone, por segunda vez bajo la conducción de Andrés del Bosque, perito en juglaría y teatro de clown. El es el ejecutante único de este espectáculo que, en el singular estilo de TTB -que aborda en lenguaje bufo episodios de nuestra historia tanto como tradiciones vernáculas- busca, aunque solo en principio, hacer la crónica del Parlamento de Quilín, acuerdo que en 1641 logró poner fin a la cruenta guerra por el dominio de Arauco entre españoles y mapuches.
En casi una hora de notable 'tour de force', Sánchez -que también se hizo cargo de la dramaturgia y compuso la música original- narra, efectúa juegos bufos, interactúa con el público, mete y saca de escena los trastos escenográficos, canta y toca en vivo una variedad de instrumentos musicales (algunos de ellos autóctonos). Buena parte de los recursos desplegados son visuales, ya sea mediante teatro de sombras, con imágenes proyectadas desde atrás de escena sobre los pliegos de papel que aforan el fondo, o con una larga -y tediosa- secuencia de dibujos que el juglar colorea a la vista como un niño o grafitero.
En su primer tramo el resultado no puede eludir el mismo tono de 'clase de historia' ilustrada teatralmente que asomó en "La expulsión de los jesuitas", estreno 2014 del colectivo que también dirigió del Bosque. Lejos otra vez de los logros mayores de su obra maestra, "Pedro de Valdivia, la gesta inconclusa", de 2009, el relato deriva pronto a una revisión de los desencuentros entre 'huincas' y mapuches a lo largo de cuatro siglos. Por último, pasa a ser algo así como un manifiesto que presiona a la platea, en broma pero en serio, a una toma de posición. La sala entera entonces se convierte en una suerte de cabildo abierto que desafía al espectador a pronunciarse a mano alzada, por ejemplo, si considera que los atentados incendiarios son actos terroristas o no.
De modo que la entrega da una impresión poco risueña, hasta incómoda. Primero, porque el ejecutante, exigido al máximo, nunca luce disfrutando de su juego teatral preocupado de tanto detalle que debe resolver bien y a tiempo (un asistente tras bambalinas sería recomendable). Luego, pues su espinudo tema parece exceder -elaborado así, claro- el campo abordable por el bufón, aquel que haciéndose el tonto se permite opinar de lo que los otros no se atreven. El humor aquí no alcanza a liberar al espectador de la tensión que le provoca un conflicto tan sensible y contingente.
En Teatro UC, de miércoles a sábado a las 20 horas.