Voy a decir una obviedad. Muchos de los presidentes de América Latina que se declaman orgullosamente representativos de sus pueblos hablan de esos mismos pueblos, cuando las cosas no salen tal como ellos las habían previsto, como si se tratara de un hato de imbéciles incapaces de pensar por sí mismos, palurdos de voluntad lábil secuestrada a menudo por los medios, las corporaciones, el
establishment. La relación de algunos de nuestros gobernantes con sus gobernados parece estar regida por el berrinche adolescente: los ciudadanos somos un encanto cuando hacemos lo que ellos quieren; una manga de tarados cuando no. No es lo único que me parece grave. Ni lo peor.
El 21 de febrero pasado se realizó, en Bolivia, un referéndum para una reforma de la Constitución que, en caso de aprobarse, iba a permitir una nueva postulación del Presidente Evo Morales (que lleva 10 años en el poder y que condujo a su país a niveles de crecimiento económico importantes) en las elecciones presidenciales de 2019. Los partidarios del sí obtuvieron 48,7 por ciento de los votos contra el 51,3 de los partidarios del no. De modo que Morales -cuyo partido, el Movimiento al Socialismo, sigue siendo el más fuerte - no estará habilitado para presentarse como candidato en las próximas elecciones nacionales. Apenas se supo el resultado, el Presidente responsabilizó del mismo a la "guerra sucia de la oposición" y a las redes sociales, tildándolas de "alcantarilla". También dijo: "Vamos a evaluar los mensajes de las redes sociales, donde las personas no se identifican y hacen daño a Bolivia". Y "ha llegado la hora de regular" las informaciones de los medios de comunicación. Y "respetamos los resultados, es parte de la democracia. Hemos perdido la batalla, pero no la guerra".
Evaluar, regular. Democracia, batalla, guerra.
Es un detalle, una manía de alguien -en este caso, yo- que trabaja poniendo palabras, una junto a la otra, para tratar de hacer con ellas algún sentido. Pero, ¿solo a mí me parece que esas palabras -evaluar, regular- sugieren algo tenebroso sin terminar de decir qué? ¿Solo a mí me parece que es raro deslizar un lenguaje bélico -batalla, guerra- en una frase en la que también se menciona esa forma de gobierno imperfecta, por ahora inmejorable, que hemos encontrado para vivir sin devorarnos los unos a los otros: la democracia? A veces me confundo. Leo esta frase de Evo: "Yo no busco el cargo; el cargo me busca a mí". ¿Es, o solo a mí parece, una postulación mesiánica: el cargo soy yo?
En diciembre de 2015, después de casi dos décadas de gobierno bolivariano, el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, que sucedió al fallecido Hugo Chávez, perdió el control del Parlamento ante la oposición, la Mesa de Unidad Democrática, que se quedó con la mayoría de las bancas: 112 contra 55 del Polo Patriótico, que nuclea a partidos chavistas. Dos días más tarde, durante su programa televisivo
En contacto con Maduro, el Presidente dijo: "Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año. Ahorita lo estoy dudando. Pero no porque no pueda construir, yo puedo construirlas. Pero pedí tu apoyo y no me lo diste. Yo también puedo hacer críticas amorosas".
Críticas amorosas. ¿Es, o solo a mí me parece, una extorsión?
En Argentina, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner perdió las elecciones de 2015 en manos de la oposición liderada por Mauricio Macri, candidato del novísimo partido Cambiemos. En un acto en 2011, la Presidenta dijo, refiriéndose a la oposición que la criticaba duramente: "Si quieren tomar decisiones de gobierno, formen un partido y ganen las elecciones". Parece que siguieron su consejo, porque eso fue lo que terminó por ocurrir: formaron un partido y ganaron las elecciones después de 12 años de gobierno kirchnerista. Ahora, en el rol opositor (ante diversas situaciones que se han producido durante los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri: despidos masivos de empleados estatales; aumento descontrolado de precios; mayores atribuciones otorgadas a la policía para la represión de protestas populares), el kirchnerismo ha instalado una palabra bajo la cual su militancia articula la nueva actuación desde el llano: resistencia. La palabra resistencia remite, en la Argentina, a épocas siniestras: a la etapa que transcurrió entre 1955 y 1973, cuando la llamada resistencia peronista hizo precisamente eso: resistir a gobiernos que resultaban de horribles golpes de Estado o de elecciones en las que el peronismo estaba prescrito.
Pero ahora, en democracia, resistencia.
Yo aprendí pocas cosas. Una la aprendí hace rato: las palabras no son inocentes. En un texto acerca del oficio de escribir, la argentina Liliana Hecker dice: "En literatura no existen sinónimos ni equivalencias: no es lo mismo un rostro, que una cara, que una jeta (...). En
Filosofía de la composición, Edgar Allan Poe cuenta que, durante la escritura de su poema
El cuervo, decidió que necesitaba un animal parlante para que repitiera un
leit motiv al final de cada estrofa. Y naturalmente el primer animal que se le cruzó fue el loro. A veces conviene sacrificar al loro". Edgard Allan Poe sacrificó al loro, sabiendo lo que hacía, y su poema se ganó la eternidad. Las palabras no son inocentes. Quienes las usan, tampoco.