En distintos momentos de esta película la situación es idéntica y se repite: un roce o un sonido apenas perceptible son los que distraen y angustian a Bobby Fischer (Tobey Maguire), un niño de Brooklyn que crece en torno a una madre comunista y con vecinos que hablan ruso, una lengua que no entiende, pero esas palabras y ruidos parecen temibles.
"La jugada maestra" se basa en una historia real y al centro está el llamado Match del Siglo, cuando entre julio y agosto de 1972, Fischer desafió y derrotó al campeón soviético Boris Spassky (Liev Schreiber), en un duelo que se realizó en Reikiavik, capital de Islandia, y que concentró un interés mundial exacerbado por el contexto que resume un personaje con apenas una frase. Es un comentario sobre la época, porque arrecia la Guerra Fría y sus circunstancias. La idea es sencilla y clara. Estados Unidos ya pierde en Vietnam y necesitan triunfar y destronar a la URSS, en lo que los soviéticos han sido invencibles: el ajedrez.
La relación de Fischer con el mundo externo se amplifica en busca de sonido, y ahora es un papel que se arruga, un murmullo lejano o el silbido del viento.
Su conexión con la realidad es mínima y lo que opera son percepciones, sospechas, angustias, prejuicios y finalmente una condición anormal, genial y enferma.
Cuando juega en torneos por Bulgaria o Washington, cuando asciende en el ranking y cuando su visión de mundo se hace paranoica, con esa extrema hipersensibilidad por tantos ruidos, donde cada uno parece una alarma: el tic tac de un reloj o los crujidos de la línea telefónica son una señal de que alguien lo vigila, sigue y espía. Algo como la KGB, por ejemplo.
Para "La jugada maestra", Fischer es un paciente y por eso se describen sus síntomas, daños, delirios y extravagancias, siempre bajo el contexto cultural y emocional de la Guerra Fría.
El tono de la película es de tratamiento profesional y casi un caso clínico, porque aparentemente el director Edward Zwick no siente demasiado cariño y tampoco piedad por el personaje.
El clima de laboratorio siempre está presente y el personaje es un enigma, un genio enfermo o un ave rara, pero nunca una persona completa, y así es como la humanidad del campeón estadounidense se desgrana y pierde.
Fischer, en definitiva, es tratado más bien como curiosidad, animal de feria o como objeto de estudio sicológico. Al final del baúl queda el ser humano. Y así es como el personaje y su historia quedan esbozados y borrosos, bajo una narración fría, profesional y distanciada.
En el tablero, sin embargo, se mantienen las piezas de una partida que pudo ser y no fue.
Algo dicen: la reina será su madre, las torres y el rey están en la Casa Blanca, los alfiles son sus compañeros y al final está su doble condición de campeón inolvidable y peón sacrificado. "Pawn sacrifice". EE.UU., 2014. Director: Edward Zwick. Con: Tobey Maguire, Liev Schreiber, Peter Sarsgaard. 111 minutos, todo espectador.