La desconfianza que nos agobia hoy a los chilenos produce muchos efectos secundarios. Entre otros muchos, la soledad.
Los seres humanos somos porosos, como la piedra pómes. Y somos sociales. Lo que le pasa al otro y a los otros nos atañe, nos influye, nos determina, nos define. Si negamos esa parte de nuestro ser persona con otros, nos aislamos, o vivimos solo entre iguales. Amurallados. A la tendencia del ser social se opone el miedo. Quiero vivir entre iguales, no quiero escuchar al otro porque no es de mi tribu. No quiero que nadie ponga en duda lo que creo y lo que soy. Me quedo entre iguales. Me pierdo la experiencia del otro.
La disyuntiva parece ser entre la amenaza y la confianza. Podríamos salir de nuestras mentes, aunque sea por algunos minutos, y escuchar el punto de vista del otro. No solo por la convivencia. Por nosotros mismos. Por abrir el mundo, por darle espacio a la curiosidad, por ampliar los horizontes, por enriquecernos. No para cambiar nuestras creencias y puntos vista. Solo para vivir la experiencia de ver al otro como un "yo".
Es importante saber que mirar al otro como un universo posible nos da esperanza. Si hay otros seres humanos en otros lugares y con otras costumbres, en otros barrios y culturas, con otras creencias y colores, y me atrevo a escucharlos, entonces se produce el milagro de poder vivir juntos y estar menos solos.
Esto es válido para las familias, las parejas, las clases, los partidos políticos, las nacionalidades. Refugiarse en lo propio, estar escondido entre mis iguales, no quita el miedo y aumenta la desconfianza. Todos hemos vivido la experiencia de sentir que un otro que nos pareció lejano y enemigo de repente sea parte de algún espacio que también es mío. O sea, hay un lugarcito donde compartimos sentires y pensares. Hay algo en común. Si me escondo y me resto de conocer y escuchar al otro solo pierdo yo, pero también la sociedad a la que pertenezco.
Si Chile está enfermo de desconfianza es también porque sus habitantes han hecho del pequeño grupo una nación. Las mujeres son las más afectadas por esta lógica de las pequeñas tribus, como defendiendo a su prole de las influencias de los que son "distintos."
La verdad es que los otros y su mirada pueden ser un aporte, pueden enriquecernos. Demos un espacio. Dejemos que nuestros hijos se sometan a la diversidad. No dejemos que el miedo nos paralice.
Ser mujer es también crear mundos para los nuestros. Somos las creadoras de esperanza. Porque sabemos que la diversidad no tiene por qué afectar los vínculos. En el día de la mujer que ya celebramos, habríamos podido cantar todas juntas, para que nuestros hijos nos vieran y nos sintieran como personas libres del miedo al ser humano que es distinto.