En una época marcada por las guerras y el terrorismo, debemos reflexionar sobre cómo estamos educando y de si estamos socializando a los niños para aprender a convivir, a ser conscientes de los derechos de los demás, de sus sufrimientos y a comprender su perspectiva de la vida. O, por el contrario, si los estamos preparando para percibir al otro como alguien con quien se compite. Cuando se entra en esa dinámica competitiva, estamos en riesgo de crear una persona sin vínculos emocionales que lo contengan, ya que los otros van a ser siempre rivales, constituyendo una amenaza, más que en una compañía y apoyo.
No hay que olvidar que cuando educamos, no solo enseñamos comportamientos, sino que estamos ayudando a construir el cerebro de los niños. Un niño o una niña competitiva tiene mucha ansiedad y está de alguna manera en una actitud hipervigilante, que le impide relajarse o disfrutar de sus logros y de la compañía de los demás. Un comportamiento de esta naturaleza, aprendido en la infancia, deja huellas en la salud mental. Los niños así socializados son ansiosos y tienen menos capacidad de construir vínculos mutuamente nutritivos.
Tender puentes entre los niños para que puedan ser buenos compañeros y amigos, en ese largo camino que es la vida escolar, es definitivamente más positivo que crear brechas que los separen. Martita, una adolescente de quince años, relata con tristeza: "De pequeñas teníamos con Isabel y con Deborah un trío inseparable. Las tres éramos buenas alumnas, pero todo se echó a perder porque la mamá de Isabel estaba empeñada en que ella fuera la primera del curso. Ella siempre estaba comparando y esa actitud competitiva nos distanció. A veces me da pena porque entiendo que no es ella, sino que su mamá la que está detrás. A veces llama a mi mamá para alardear de lo excelente que le va a su hija".
La actitud de los padres de competir por los logros de los hijos esconde muchas veces una competencia encubierta entre los propios padres, lo que por supuesto es lamentable. Se puede empatizar con que ocasionalmente existan sentimientos envidiosos, pero no parece legítimo expresarlos para que dañen la relación entre los compañeros. Es necesario ser extremadamente cuidadosos en no traspasar estas rivalidades a los hijos y no exponerse en una actitud infantil que resulta patética para los que la observan y disminuye el sentimiento de pertenencia de los niños a su grupo o curso.
Estimular una actitud competitiva tiene el riesgo adicional de hacer pensar a los hijos que si no les va tan bien como al niño o la niña con quien la han puesto a competir, habrá frustrado las expectativas de sus padres. Esto los hará tener una sensación de fracaso, que es muy negativa para su autoestima.