Señor Director:
Los reconocidos intelectuales
Arturo Fontaine y
Carlos Peña coinciden en proponer que la eventual nueva Constitución se elabore a partir de aquella llamada de 1925, vigente al momento del quiebre institucional de 1973.
Me es imposible coincidir con ellos, puesto que en la vigencia de esa Constitución el país tuvo un desempeño económico pobrísimo, incapaz de sacar de la pobreza a la mayoría de la población que se debatía en ella, y este hecho fue el oxígeno que dio fuerza a los agitadores de la revolución. Además ese marco legal fue responsable de pésimas prácticas políticas, lo que llevaba a los últimos Presidentes democráticos a clamar por reformas fundamentales a dicho texto.
La Carta que actualmente nos rige, en cambio, ha permitido al país experimentar una etapa de progreso sostenido, el más dilatado y significativo en la historia republicana, que ha cambiado la calidad de vida de la población. Es en los hechos claramente más apta como base para los perfeccionamientos constitucionales que se desee realizar.
Respecto del origen y el régimen en que se dictó cada una de ellas, eso es secundario frente al resultado de cada cual. Deng Xiaoping en este dilema volvería a decir que no importa que el gato sea negro si en la práctica caza ratones.
Francisco Prat