"Soledad Alvear no se representa a sí misma", dice la escritora Diamela Eltit: "más bien representa ciertas voces masculinas que la habitan. Ella es un dispositivo usado por los poderes con el fin de recontrolar a la mujer a través de la apariencia de una voz de mujer que no es tal". Caso notable esta suerte de posesión por parte de los espíritus patriarcales del machismo. Afortunadamente, en las últimas semanas no han faltado las representantes de cierto feminismo que, con sus imprecaciones, han intentado alejar los malos espíritus que afectan a la ex senadora. En tono compasivo, le dicen que su actitud obcecada la está haciendo perder su gran capital político. Y como no les hace caso por las buenas, la acusan de ser desleal con el programa por su rechazo al aborto e incluso de ser antimujer. De esta manera quieren hacer salir de ella ciertos demonios masculinos. Sin embargo, nuestras exorcistas olvidan que también hay voces femeninas involucradas en el aborto, porque al menos la mitad de los cráneos que se destruyan o los cuerpos que se descuarticen serán de mujeres, aunque nunca alcancemos a oír sus gritos de dolor.
Las declaraciones contra Alvear abundan, y muchas de ellas son bastante exóticas. Por ejemplo, una ex ministra democratacristiana la ha acusado de actuar "en contra del interés mayoritario de la ciudadanía por ir en defensa de sus convicciones personales". Me imagino que, si quiere ser coherente, esa persona va a pedir, por ejemplo, que se anule la decisión de erigir un monumento a Gladys Marín, una mujer que toda su vida se opuso a las ideas mayoritarias "por ir en defensa de sus convicciones".
¿Desde cuándo el hecho de ingresar a la política implica que uno debe transformarse en una marioneta que sigue dócilmente los dictados de la mayoría? Una de las razones del desprestigio de la actividad política reside precisamente allí: los ciudadanos estamos hastiados de que muchos políticos hayan reemplazado su conciencia por el people meter . Más allá de lo que pensemos sobre el problema específico del aborto, la presencia de personas como Alvear contribuye a la dignificación de la actividad pública.
Soledad Alvear ha actuado de acuerdo con la ley. En su lucha contra el aborto, se ha limitado a ejercer sus derechos ciudadanos, ha entregado razones y realizado propuestas para ilustrar a nuestros legisladores. ¿Dónde está el problema? ¿En qué consiste el daño a la democracia?
Su misma detractora y correligionaria nos da una pista que permite ver la infinita maldad de Soledad: ella está utilizando su liderazgo "en bien de proyectos personales, sin trepidar por ello en polarizar el país". Resulta conmovedor escuchar cómo una persona de centroizquierda defiende "la paz de los cementerios", como se decía en los años sesenta. Según este modo de razonar, de ahora en adelante tendremos que pensar de manera uniforme sobre los temas importantes, pues de lo contrario corremos el riesgo de dividir a la patria.
También se acusa a Alvear de favorecer sus proyectos personales. Esto es bastante insólito, porque no estamos hablando del royalty minero o la reforma laboral, sino de una ley de aborto. Que yo sepa, Soledad Alvear no está embarazada ni tampoco se han inventado métodos para que sean abortadas señoras que ya han nacido, de modo que la ex senadora difícilmente puede tener intereses personales en el asunto. A no ser que su detractora esté jugando con las palabras, porque todos nuestros proyectos, desde el momento en que pertenecen a una persona, son personales. Pero en ese caso la defensa del aborto que hace esa ex ministra también caería en esa categoría. ¿O su apoyo al aborto es filosóficamente neutro y completamente impersonal?
A primera vista, no parece haber proporción entre la acción individual de Soledad Alvear y las furiosas tempestades que se han originado en su contra. Sin embargo, si uno examina el asunto con cierto detalle, descubrirá que hay una posible explicación: la voz de Soledad no es una voz cualquiera. Ella ha mostrado una coherencia en su defensa del derecho a la vida, ayer y hoy, que muy pocos en Chile pueden exhibir. Por eso su voz resulta insoportable.
Hay partidarios del aborto que se dan cuenta de que necesitan su prestigio, o al menos su silencio, para validar su causa. En ese sentido, su inquina contra Alvear es, al mismo tiempo, un reconocimiento de su altura moral, es decir, constituye un homenaje.