Dardos corporales. Retrato de un homicida múltiple, de Jean Véliz D'Angelo, es una primera novela ambiciosa, escrita en forma cuidada, con buenos pasajes, original en su trama y en el escenario elegido por la autora para situar la acción. En suma, se trata de un texto promisorio, que se aleja de lo que normalmente se publica en nuestro país y que presenta sorprendentes hallazgos. Estos se encuentran sobre todo en el estilo de Véliz, maduro, aplomado, con repentinos cambios de registro en la escritura, lo que, por regla general, hace grato leer esta obra. Ella refleja una visión más bien perpleja del mundo actual, en la que los comportamientos llamados anormales pasan a ser el pan de cada día o sucede todo lo contrario, cuando la cotidianeidad se transforma en algo alarmante que, en lugar de significar el día a día, deviene algo oscuro y amenazador.
El título del libro es deliberadamente engañoso al sugerir una especie de trama policíaca enfocada en un asesino en serie. No hay nada de eso y Véliz está lejísimo de recurrir a las técnicas y los procedimientos del género negro, ya que aquí no hay misterio de ninguna clase ni tampoco tenemos el suspenso asociado a esas ficciones: los abundantes hechos de sangre ocurren sin consecuencias para el perpetrador, sin intervención alguna de la justicia, y se nos da a entender que obedecen a razones originadas en el subconsciente, en lugar de los móviles habituales con los que se suelen explicar los crímenes. Pablo Droguett, el protagonista, comienza matando al presunto amante de su madre Alicia y a continuación estrangula o acuchilla a numerosas mujeres más bien por compulsiones neuróticas de tipo estético, que nada tienen que ver con lo que es la carrera de un delincuente. Padece de un extraño síndrome hereditario que le impide distinguir con claridad los colores y así como Alicia, que sufría la misma enfermedad, se dedicó con fruición a la pintura, él quiere ser un fotógrafo profesional, si es posible el mejor de su generación, de modo que después de abandonar Praga, donde se educó, se instala primero en Londres y luego en París para triunfar en el competitivo ámbito de las exposiciones, las revistas de arte, el circuito de la moda.
Dardos corporales está contada en tercera persona y quizá habría resultado mejor en primera, ya que el universo de Pablo, expuesto a través de una narradora omnisciente, se nos presenta sin variar como algo opaco, turbio, nebuloso, desde luego que con distintos matices, explicitados sobre todo en los abundantes diálogos, pero a la larga llega a ser un recinto impenetrable. Es muy posible que Véliz haya escogido premeditadamente este punto de vista, a ratos casi clínico: jamás emite un juicio moral acerca de la conducta de su héroe y este mismo parece actuar por fuerzas edípicas que le privan de todo freno inhibitorio y, huelga decirlo, lo dejan libre de cualquier sentimiento de culpabilidad. Aquí es donde se halla el aspecto más inquietante de Dardos corporales , pues Pablo, aparte de su curiosa psicopatología, si no es precisamente un tipo común y corriente, tampoco es un hombre avieso ni demasiado maligno.
También en este aspecto se hallan los principales problemas de Dardos corporales . Fuera de un paseo somero por tres capitales europeas, Véliz se centra solo en un personaje y un medio que son, por decir lo menos, esquemáticos, elementales, muy básicos, hasta el punto en que las repeticiones se tornan inevitables y las actitudes humanas se vuelven previsibles. Todo gira única y exclusivamente en torno a un actor principal que se relaciona con los demás a partir de casualidades, accidentes o golpes de suerte, de forma que el drama de la coexistencia, de las relaciones entre unos y otros, se halla por completo ausente de Dardos corporales . Por otra parte, la elección de un ambiente internacional tendría que haber otorgado un rasgo, digamos, cosmopolita o sofisticado a esta ficción y, sin embargo, estamos a años luz de que ello suceda. Y por más que la prosa de Véliz nunca deje de ser forjada, trabajada e incluso rizada, uno queda con la impresión de que las gracias de Pablo, que abarcan Praga, Londres y París, bien pudieron haber tenido lugar en Talcahuano, La Serena o Curicó. No es un detalle menor, porque este claustrofóbico relato pretende, por supuesto, transportarnos a un panorama muy civilizado, donde transcurren cosas tan civilizadas como ultimar al prójimo debido a siniestras pulsiones inconscientes. Aun así, estamos ante un meritorio debut, que refleja oficio y vocación.