Se inicia ya el año escolar 2016. La Presidenta de la República y la ministra de Educación están felices por los avances logrados en su agenda legislativa en el plano de la gratuidad y la inclusión. La interrogante que surge apremiante es, no obstante, cómo avanzar en el componente clave cuyo debate y, para qué decir, puesta en práctica, se ha postergado durante estos dos últimos años: la calidad de la educación.
Este objetivo, por cierto, no ha estado ausente del discurso oficial. Sin embargo, a veces da la impresión de que este gobierno profesa una suerte de materialismo económico semejante al del liberalismo más burdo: bastaría cambiar las condiciones materiales de la institucionalidad educativa para que, automáticamente, la calidad vaya mejorando poco a poco. Así, parece esperarse, con beatífica confianza, que la gratuidad e inclusión que se intentan introducir en las escuelas, en razón de su bondad intrínseca, llevarán de la mano un mejoramiento espontáneo de la calidad de la enseñanza.
A veces también, leyendo los documentos oficiales, se proyecta la impresión de un diagnóstico más bien blando y autocomplaciente: en el fondo, se desliza, la calidad de la educación chilena no es tan mala -no exageremos, por favor-, sobre todo si se la compara con los estándares latinoamericanos.
El lema, tantas veces repetido, de "gratuidad con calidad", parece correr el gran peligro, entonces, de restar como una mera consigna. No se explica de otro modo el completo silencio de la autoridad en este punto: ¿cuál es la agenda gubernativa para incrementar la calidad, sobre todo la calidad de la educación en el sector público, aquel en el cual le compete la mayor responsabilidad? No he oído ninguna idea, ninguna propuesta concreta. ¿La tendrán? ¿Les inquieta en verdad el tema?
La mala educación es peor que la no educación. Doce años de escolarización forzosa (que no pocos autores asimilan a la institución carcelaria), que concluyen con la licenciatura de la enseñanza media bajo el brazo pero en un estado de pseudoalfabetización, es un fracaso mayúsculo del Estado y genera en los alumnos una frustración altamente negativa en lo personal y lo social.
La mayor enfermedad de Chile es su creciente ignorancia. El Estado educador sigue siendo una farsa (con gratuidad e inclusión); promete y no cumple. Las masas, el pueblo, por donde se los mire, están condenados a ser "educados" por malos profesores sin que se los pueda remover. Están condenados a que se les instruya malamente en contenidos inútiles, según programas absurdos. La educación, para una importante mayoría, más parece una penalidad que un beneficio. Hay indicadores incuestionables para quien quiere ver la realidad. Y, sin embargo, la calidad... ¿cuándo?