Que hayan reaccionado 11 políticos DC rechazando las críticas de 26 militantes y simpatizantes históricos de la colectividad, todos con peso específico, es sintomático. Manifestaron preocupación por el rumbo del país bajo el gobierno de la Nueva Mayoría, por deteriorar los logros económicos y sociales alcanzados por la Concertación, demandando de representantes y dirigencia "defender nuestros principios doctrinarios". Los 11 se sienten cómodos en el bloque de izquierda, apoyando las reformas a todo trance y aspirando a perdurar en otro gobierno. Pero la reflexión de los 26 fue calificada como "sustantiva... una sensibilidad interna" (I. Walker).
Nadie duda de que la colectividad arrastra un síndrome que, ante ciertas circunstancias, sale a flote, aunque se disimula desprolijamente. Son las dos "almas" que la conforman, y quienes se ubican al otro extremo del espectro gobernante aprovechan de enrostrarlas. ¿Los 26?: "segmentos confundidos dentro del oficialismo" (Teillier); "una crítica de la que... obviamente es parte Burgos... casi raya en lo sedicioso"; su contrapunto son los 11, en "la línea de lo que planteaba Radomiro Tomic" (Vallejo).
Al interior DC ha existido -larvado- un grupo interesado en aliarse con partidos de izquierda cuando alcanzan el poder. Es cuestión de recordar un episodio de triste memoria para democristianos, ocurrido a mediados de 1969, cuando un conflicto condujo a la ruptura del partido.
Eran tiempos de grandes divisiones ideológicas y donde campeaban las ideas marxistas y de izquierdismo cristiano, revolucionarias, patentes desde el 67 en adelante. Corría el gobierno de Eduardo Frei, quien tuvo que enfrentar la pugna creciente en su tienda: "Tener problemas con mi propio partido me desconcierta". Pero la sangre llegó al río. Una seguidilla de acontecimientos levantó un frente opositor a Frei y su gobierno, integrado por dirigentes adultos y de la juventud, los "rebeldes". Se convocó a una Junta Nacional que devino en campo de batalla, con fuego cruzado entre "oficialistas", "terceristas" y "rebeldes". Estos dos últimos, en medio de impugnaciones, postularon la unión de todos los partidos populares para llevar candidato presidencial único a las elecciones de 1970, aunque aquel fuese de izquierda. Habló Frei: "No reneguemos de nuestro propio ser", lo que significaba preferir la disidencia afuera que un partido dividido con ella adentro. La mayoría de los participantes apoyó al oficialismo y los rebeldes se retiraron para formar el MAPU, sumándose casi de inmediato a la Unidad Popular.
Paralelamente, Tomic trabajaba por su candidatura presidencial procurando concretar una alianza con la izquierda marxista, pero finalmente debió ser el candidato de la DC. Claro que la distancia con Frei, personal y política, era sideral a esas alturas. Con todo, Tomic -terceristas mediante- continuó con su posición proclive a la izquierda, utilizando un lenguaje muy similar al marxismo: "En vano construye quien quiera construir sin la participación del pueblo. El pueblo hace la historia".
Es sintomático que la declaración de los 11 camaradas incluyera un párrafo alusivo al episodio: "A 24 años de la partida de R. Tomic, reafirmamos nuestro compromiso con la Nueva Mayoría" como continuidad histórica de lo que él llamó "la unidad social y política del pueblo", para hacer realidad "la revolución democrática y popular".
El síntoma diferente es que para transitar desde un acuerdo programático -¿cabe decir pragmático?- hacia una coalición política más permanente, se requiere analizar "definiciones fundamentales" del conglomerado. ¿Se oyó la voz de Frei: "No reneguemos de nuestro propio ser"? Al menos se escuchó: "Sin la DC no habría Nueva Mayoría"; sería "algo parecido a la Unidad Popular, por supuesto con partidos renovados y otros predicamentos" (P. Walker). ¿Qué surgirá de la próxima Junta Nacional? De disimular el síndrome, preguntémonos: ¿Por qué?