No tenía por qué Sebastián Beccacece asumir, en su primera experiencia como entrenador jefe, el costo de erigirse como un gran revolucionario técnico. Es cierto que sus años como ayudante de Jorge Sampaoli lo habían revestido con cierto envoltorio de modernidad táctica por la simple vinculación ideológica con su mentor. Pero ya instalado como DT a cabalidad, es decir, con todas las decisiones en sus manos, Beccacece tenía la posibilidad -y la obligación- de dar sus propias puntadas, asumiendo que en la aventura del desarrollo podría acertar o fracasar.
En la U nadie le dio esa opción. Al contratarlo se trató de extraer un simple molde de Sampaoli y Beccacece cayó en la trampa. Simplemente aceptó el rol que se le dio y desechó, en este inicio de su carrera en solitario, el dar un necesario examen de admisión que consiste en ser capaz de exponer visiones propias y variantes de acuerdo a la realidad que él vive.
El camino en la construcción de un equipo, sea cual sea este y sea cuál sea el objetivo competitivo, invariablemente debe comenzar con el análisis de lo que se tiene como obra de mano. Y el plantel de la U, pese a que logró conformarse con tres refuerzos que auguran una mayor solidez en algunas líneas que parecían débiles en el torneo pasado, no llegó al nivel de constituirse en una fuerza equilibrada, ni menos en un equipo que pudiese lograr, en el corto plazo, una solidez tal que permitiera imponerse por la simple fuerza de la convicción ofensiva.
Beccacece, en estas semanas de dirección en la U, ha tratado de meter un círculo en un cuadrado. Armar un puzzle con piezas faltantes. Reconstruir un motor al que le sobran tuercas. Por ello es que todavía nadie sabe cómo juega esta Universidad de Chile. Más allá de que en algunos momentos tome riesgos y que imponga el concepto de intensidad (las bases del fútbol que él quiere igualar de su mentor), la U de Beccacece tiene varias dudas no resueltas: ¿Quiere jugar con una defensa de tres hombres solo porque no tiene laterales o porque prefiere volantes externos? ¿El mediocampista central es una pieza que debe constituirse en "cabeza de área" o su misión mayor es la de sumarse a la salida ofensiva? ¿Quiere jugar con uno o dos "enganches"? ¿Es Luis Fariña el indicado para dejar a Gustavo Canales en la banca? ¿De qué quiere Beccacece que juegue Leonardo Valencia? ¿Qué tan dispuesto está este equipo a jugar con mayor posesión del balón? ¿Tiene la capacidad esta U de reconvertirse de acuerdo al rival que tiene al frente o según el resultado eventual de un encuentro?
De acuerdo a lo mostrado hasta hoy, no existen mayores certezas en todos estos temas. Hay, mejor dicho, una gran mezcla de intenciones, muchas de ellas vinculadas al modelo que se quiere imponer a la fuerza.
Falta mayor convicción personal en el DT para que su equipo, que es mejor que el de River Plate de Uruguay que acaba de dejarlo fuera de la Copa Libertadores, alcance los niveles futbolísticos que se supone debería lograr. Y el punto de partida lógico parece ser el de desprenderse de los idearios ajenos, deshacerse de las imposiciones de los incautos que creen que uno más uno siempre suma dos en el fútbol y ponerse a buscar el sello propio. Quizás fortaleciendo primero el trabajo defensivo del equipo. A lo mejor bajando los niveles obsesivos de intensidad. Acaso encontrando una oncena estable donde los intérpretes elegidos sepan a qué se quiere jugar.
En fin, trabajando con un entrenador nuevo y distinto. Con uno que debe dejar de ser la sombra de otro.