Desde que Sergio Jadue emprendió la huida a su cárcel dorada en Miami y Jorge Sampaoli dejó en claro que su gran ambición era abandonar con urgencia y para siempre la mejor obra de su carrera, nuestras preocupaciones han girado en torno a los dineros perdidos y a reparar lo más adecuadamente posible las pérdidas.
Pasó un verano caliente en que todo fue de mal en peor. Los hinchas se desmadraron, se juega en estadios vacíos, los clubes tratan de simular de mala manera sus déficits, los goles se invisibilizan, los partidos de la Libertadores se silencian, las contrataciones bajaron a un nivel preocupante. Lo único extrañamente rentable parecen ser los derechos televisivos de una entelequia que no es proporcional: todo vale una millonada en pantalla y poco en la cancha. Igual a la vieja fantasía de los años felices, donde bastaba poner una cámara para que todo se tornara color de rosa.
En esa lógica -y para lo que valen- se podría gastar en efectos especiales. Llenar digitalmente las tribunas, poner una adecuada banda sonora, llenar de extras pintosos las barras bravas, y claro, coreografiar de mejor forma el espectáculo. Ver Iquique con Colo Colo daba pena por la escenografía; presenciar a la U con Arica deprimía por el guión, por ejemplo. Ni comparado con las obras que nos venden los ingleses, los españoles o los de la Champions League, por decir algo.
Lo que no tiene explicación es el porqué la crisis nos pegó tan fuerte a nosotros y apenas rozó al resto. Viendo jugar al River Plate de Montevideo -un cuadro que, como diría Sampaoli, juega con espíritu amateur- frente a la Universidad de Chile, las diferencias fueron tan contundentes, que la explicación debiera iluminarnos de manera definitiva. Si los azules no sortean esta llave para meterse en la fase de grupos, estaremos otra vez ante la constatación palmaria de que nuestro fútbol es un despilfarro, con técnicos y jugadores sobrepagados que, enfrentados al comparativo, no son capaces de superar las más mínimas expectativas. Y si la pasan, el desafío será no desteñir demasiado ante rivales de más alcurnia. Ya sabemos, el ejercicio en los últimos años ha sido desalentador.
Si es verdad que el dinero ganado a manos llenas en los últimos años se nos fue en sueldos y premios, es hora de hacer una reflexión profunda del resultado de esa inversión. Si en alguna época nos quejamos de las canchas y los escenarios, habrá que reconocer que ahora el entorno es precioso, pero vacío. Y que no llevan gente no solo por culpa de Estadio Seguro, como pretenden hacernos creer los dirigentes, sino por dos razones obvias: la incapacidad para controlar a los pocos que siguen yendo y al nivel de la competencia.
Créanme: aquí hay algo que no calza. Con tanto empresario astuto sentado en los sillones de Quilín, ya deberían tener un diagnóstico y las respectivas soluciones. Aunque al parecer, sentados en esos sillones el olfato se les atrofia o sufren de notable abandono de deberes. Si la solución es vender eso que producen malamente por mil millones de dólares, yo tomaría la oferta y les pasaría a los compradores el cacho. Ellos sabrán por qué se ensartan.