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Sábado 06 de febrero de 2016
Muere Rubén Darío
6 de febrero de 1916
Una gran sensación de pérdida dejó la temprana partida del poeta nicaragüense. A los 49 años, Félix Rubén García Sarmiento -su verdadero nombre- falleció el 6 de febrero de 1916, en León, y en Managua, la capital, el gobierno decretó duelo nacional para despedir a uno de los máximos exponentes del modernismo literario hispano.
"El Mercurio" se refería en un editorial a "la vasta producción de uno de los más grandes creadores de esta generación. Se va un maestro indiscutible de la poesía castellana, dueño de una alta pureza estética". Otra crónica, en tanto, mencionaba que "desde hace dos años su salud estaba quebrantada a causa del alcohol y la enfermedad que erosionaron su cuerpo. Estaba frágil como un cristal, el que antes de trizarse para siempre vibró con sonoro acento ante las más leves emociones".
Se decía que fue criado por su abuela y unos tíos, al separarse sus padres cuando era pequeño. "Muy joven demostró inclinación por la rima y el ritmo y admiración por los poetas franceses". En nuestro país publicó "Azul" (1888), su célebre primera obra, con positivos elogios de la crítica. Aquí también escribió "Abrojos", que refleja "su triste estado, pobre e incomprendido", además de "Canto épico a las glorias de Chile".
De regreso a su nación, luego lo nombraron representante oficial en los actos de celebración del IV centenario del descubrimiento de América en Madrid, lo que contribuyó a ampliar sus círculos culturales y literarios. Se leía que después estuvo en Estados Unidos, Francia y Argentina, radicándose en Buenos Aires para trabajar en el diario La Nación. En 1907 fue nombrado embajador de Nicaragua en España, continuando sus viajes a Italia, Inglaterra y Bélgica.
Según los expertos, "al elemento básico de su obra, que es la búsqueda de la belleza oculta en la realidad, se llega a través de imágenes exóticas, metáforas, símbolos y figuras retóricas". Entre sus publicaciones más destacadas están "Prosas profanas" (1896), "Peregrinaciones" (1901), "Cantos de vida y esperanza" (1905), "El canto errante" (1907), "Poemas de otoño" (1910) y "La isla de oro" (1913).
En sus últimos años obtuvo el reconocimiento de varios escritores contemporáneos españoles, quienes lo consideraban como un renovador del lenguaje poético en las letras hispánicas. Darío proclamó: "Quiero ir a morir en mi tierra". Fue en ella donde escribió uno de sus poemas preferidos: "Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer".