Los hijos de hoy detestan el alegato de sus madres. Seguro que los hijos siempre se aburrieron de las quejas maternas, pero se las tragaban. Porque los padres eran, mal que mal, los padres.
La psicología sugirió que las madres aprendieran a expresar sus sentimientos de malestar. Hablar desde el "yo", no desde la norma. Algo así como cambiar el "Los niños no hacen tal o cual cosa" a "Me molesta que hagas eso". En sus versiones más exageradas sería algo como: "Me da tanta pena que me digas eso, me parece tan injusto". La reacción no cambió... los hijos saben que la mamá está alegando.
Tenemos varias alternativas. Una es ser como se nos antoje y que los niños nos escuchen apenas, pero que sepan que, independiente de su reacción, la madre está descontenta. Puede ser una inversión para el futuro comportamiento de los hijos.
La otra es ser mandona como los papás. No se habla en primera persona, no se esgrime una queja. Se manda. Algo así como... "Eso está fuera de lugar" o "Está prohibido hacer eso, ¿te queda claro?".
La otra es pedirle a los papás que manden, pero con tanta familia uniparental donde la dueña de casa es la mujer, nos queda un enorme universo fuera de esta alternativa.
En todos los casos anteriores, el relato de los hijos sigue siendo: "La mama alegó porque....".
La palabra alegar significa: "Exponer, manifestar, explicar, razonar". Pero los hijos chilenos no conocen bien la lengua española, de manera que nunca dirán, "La mamá me manifestó....", por ejemplo. Por lo tanto, seguirán diciendo que alegamos, que tiene una connotación de queja aburrida, de historia repetida, de lata, de algo con poco valor. Ningún diario diría, por ejemplo: "Los estudiantes alegaron porque...".
¡El alegato es de los abogados y de las madres! Con una valoración distinta, para qué nos contamos cuentos.
Los evolucionistas han dado una respuesta. Hay algo en la voz femenina que no denota autoridad. La masculina en cambio sí lo hace.
¿Qué hacer? Habrá que cambiar el tono de voz con que damos las órdenes o expresamos insatisfacción. Tendrá que ser para cada mujer un ensayo de nuevas formas o tal vez, por qué no, cambiar tantas veces el tono de la voz como sea necesario para que no se acostumbren a echar en el mismo saco la peticiones, las quejas, los reclamos y las prohibiciones.
¿Podremos? Sugiero abrir una investigación con los resultados de cada intento materno. Aprenderíamos a no ser solo unas viejas quejumbrosas, que no somos, pero así nos ven a veces.
"seguro que los hijos siempre se aburrieron de las quejas maternas, pero se las tragaban", dice paula serrano.