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Cartas
Lunes 01 de febrero de 2016
Los diálogos de Pablo Longueira
Pablo Longueira ha explicado su correspondencia con Patricio Contesse -el gerente general de SQM bajo el control de Julio Ponce Lerou- como una muestra de su vocación de diálogo.
Desgraciadamente la conducta de su interlocutor -Patricio Contesse- permite ensayar otra explicación.
El día 19 de mayo del año 2014, por ejemplo, y según informa la última edición de la revista Qué Pasa (la misma que desató el escándalo de Caval), Contesse se reunió a las 9 de la mañana con Jovino Novoa; a las 16 con Ernesto Silva y Javier Macaya (quienes entonces asumían la directiva de la UDI); a las 18:45 recibía a Pablo Zalaquett; y a las 21 horas cenaba con Carlos Ominami. Al día siguiente, este hombre ubicuo y de paciencia incombustible, se levantó temprano para recibir a Cristián Leay y Pablo Longueira. Este último lo conocía. Longueira, según los correos que han trascendido, había enviado documentos a Contesse, relativos a la tramitación del royalty , para que este último le diera su opinión. Hay además indicios de que Longueira recibió indirectamente dineros de SQM.
Una manera de entender el diálogo entre Contesse y múltiples políticos, entre los que se contaba Longueira, es detenerse en la conducta de Contesse.
¿Qué hacía un hombre de negocios a quien cualquiera supondría sin un minuto de tiempo, ocupado, como debía estar, revisando planes de negocio, estrategias financieras, alianzas corporativas y relaciones laborales, dedicado casi el día entero a intercambiar mails , recibir y comer con políticos de todas las tendencias, desde Pablo Longueira a Carlos Ominami?
La respuesta es obvia: hacía negocios.
Intercambiaba dinero por influencia.
Una de las características del dinero es la fungibilidad: el dinero puede ser esto o lo otro, es el equivalente universal. El dinero, según enseñaba Marx (en los manuscritos de 1844), transubstancia cualquier deseo en una satisfacción real. ¿Carece de cultura? Si tiene dinero, no importa; puede transformarse en un filántropo de la cultura y todos pensarán que es, por eso, culto. ¿No tiene linaje, es usted hijo de emigrante? No importa, el dinero le permitirá fundar uno. ¿Su fortuna tiene un origen inconfesable? No hay problema, el dinero le permitirá ocultarlo.
Patricio Contesse (y todos los que, como él, daban dinero eludiendo la ley) seguramente mantenía ese ritmo de reuniones y de comensalidad para transubstanciar el dinero de SQM en poder sobre el proceso político.
Contesse realizaba así la forma más básica del negocio: el intercambio, solo que en este caso no era salitre, yodo ni litio el objeto del negocio, sino la influencia, esa forma muda del poder que consiste en debilitar la voluntad ajena (la de los políticos con que se reunía, los que Ponce Lerou financiaba) por la vía de agasajarla con dádivas o donaciones. En muchos casos pudo haber habido sobornos (entrega de dinero a cambio de decisiones o actos específicos), pero no es siquiera necesario para que el acto resulte dañino a la salud de la democracia. Marcel Mauss, en un antiguo trabajo (Ensayo sobre el don, 1925), mostró que entregar dádivas o hacer regalos tenía, por decirlo así, solo la apariencia de gratuidad, porque en realidad, explicó, dar un regalo es una forma de atar con un lazo invisible al que lo recibe, quien, a contar de entonces, se verá obligado a reciprocar y a devolverlo. Este intercambio que ata con hilos invisibles (en el caso de Contesse, un intercambio de dinero por influencia) no requiere hacerse explícito, se trata de un compromiso mudo que se comienza a configurar desde el momento en que el político acepta la dádiva o la solicita. Por eso no hay nada de moralismo, sino un principio que proviene de la más rigurosa antropología económica, en que la prensa vigile los intercambios -los diálogos y las entregas de dinero, especialmente cuando lo son por interpósita persona- en que se embarcan los políticos.
Es probable que Julio Ponce Lerou haya dedicado mucho tiempo a apoderarse de la empresa SQM y por lo mismo no haya leído a Marcel Mauss; pero no cabe duda que intuía el poder que tienen los regalos y la comensalidad gratuita que algunos políticos, bajo el pretexto de la amistad, las relaciones cívicas y la buena fe, gustan recibir. Por eso cuando Patricio Contesse parecía sacar la vuelta en reuniones infinitas y comidas que iban desde Longueira a Ominami, y que aparentemente lo distraían de su trabajo más propio, estaba, en realidad, llevando a cabo una actividad que rentaba a SQM más que la más exitosa de las prospecciones mineras.
Y sin siquiera transpirar.
Carlos Peña