En 1823, una expedición de cazadores de pieles se interna en las montañas mal conocidas del norte de Estados Unidos. Uno de los líderes es Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un hombre que alguna vez estuvo ligado a una mujer pawnee y tuvo un hijo con ella. El adolescente Hawk (Forrest Goodluck) lo acompaña ahora en esta travesía por el peligro.
El prólogo de la película es un sueño donde Glass, entre susurros, insta a su hijo a sobrevivir, entre lo que -más tarde se sabrá- son los rastros de una masacre perpetrada por tropas francesas. Luego se reabre en un extenso plano secuencia, casi coreográfico, donde los hombres de la expedición son atacados ferozmente por una tribu indígena que diezma sus filas y cubre de sangre y fuego el territorio de bosques virginales. Glass y los sobrevivientes logran huir en una embarcación y se internan por un río desconocido hacia montes aún más ignotos. Recorriendo esas tierras, Glass es asaltado por un oso que lo deja al borde de la muerte.
Los compañeros lo rescatan, pero ya no pueden cargarlo de regreso. Entonces, su empleado de confianza, John Fitzgerald (Tom Hardy), que se queda para cuidarlo, intenta acabar con él y, de paso, asesina a su hijo Hawk. En las siguientes dos horas del metraje, Glass lucha contra el dolor y la muerte. La extensión de ese sufrimiento construye la narración y la moral de la cinta. González Iñárritu lo filma con esa cámara volátil, ubicua, que pasa sin ruptura de continuidad desde el primerísimo plano a la perspectiva inmensa del paisaje. Sufrimiento en steadycam.
Por supuesto, Glass piensa vengarse de
Fitzgerald. Pero esto es solo la segunda línea de la película, acaso su horizonte ético más vulgar. Lo fundamental es la confrontación entre la voluntad de vivir y una naturaleza inclemente y depredatoria, de la cual la traición podría ser una desviación cultural si hubiese siquiera un rastro de Rousseau. Pero no hay nada de ese "buen salvaje" en estado virginal: los hombres, blancos o indígenas, franceses o sioux, se han fusionado con el ambiente silvestre, natural, sin moral.
Esto tiene cierta familiaridad con Werner Herzog y sus visiones de una naturaleza enloquecedora, y también con la obsesión de la "primera mirada" de Terrence Malick. Hay otros pasajes que toman su deriva surrealista del primer filme sobre Hugh Glass, estrenado en Chile como Furia salvaje y dirigida en 1971 por Richard C. Sarafian; y hay otras donde resuenan imágenes de Sangre en el río, la gran cinta de Howard Hawks de 1952. Esta es una película hecha de influencias, pero con ellas González Iñárritu regresa a la crueldad del mundo, a ese nihilismo con desgarro que fue su señal de autor en Babel o Biutiful, antes de la digresión autorreflexiva de Birdman.
The revenant
Dirección: Alejandro González Iñárritu.
Con: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Forrest Goodluck, Will Poulter, Domhnall Gleeson.
156 minutos.