La mejor escena del nuevo reality de Mega se da al comienzo, cuando una jueza comienza a condenar a los participantes por sus pecados en anteriores relaciones de pareja: "Alberto Tatón: profanación de cunas"; "Oriana Marzoli: maltrato y gritos desproporcionados a su edad y estatura"; "Francisco Huaiquipán": celos excesivos", etc. En pocos minutos se muestran los conflictos que los personajes del encierro vienen a explotar junto a sus "ex". Se hizo en forma divertida y asumiendo que esto es espectáculo que busca el rating del verano.
En este programa, que debutó anoche, hay un cónclave de figuras televisivas -chilenas y extranjeras- especialistas en realities, de quienes se conoce parte de su vida personal y que vienen aquí a explotar eso simplemente porque a eso se dedican.
El problema es cuando el programa intenta tomarse en serio y dar el mensaje de que aquí habrá historias de amor y reencuentro o de "dulce venganza". En el capítulo de estreno, algunos de los ex pololos reunidos empezaron a pelear fuerte desde el primer minuto. Cuesta creerlo, porque nadie se va a encerrar meses con alguien a quien no quiere ver. Las caras de amurramiento de la ex esposa de Huaiquipán, los desaires ofensivos de Camila Recabarren a Tatón y las discusiones a gritos entre los españoles Tony y Oriana revelan el guión en forma muy evidente.
Otros reencuentros menos estridentes, como el de Jazmín Valdés y el argentino Mariano Brozincevic o el de Marco Ferri y Gala Caldirola, se ven menos libreteados y asumidos en su propósito de mostrar piel y cuerpos bien formados. No hay intentos de inventar una historia o un conflicto. Solo la sensualidad de encuentros desnudos en la playa.
La mitad de los participantes de este reality tuvo su reencuentro sin ropa a orilla de mar bajo el sol de verano. Hubo pericia técnica de las cámaras para no mostrar partes íntimas y para que los cables del micrófono no se vieran grotescos. Y hubo honestidad para admitir que un reality no busca mucho más que eso. Inventar historias donde no las hay puede hacerse muy evidente. Por eso la escena de la jueza funciona tan bien: asume los códigos del género y se ríe abiertamente de ellos.