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Cartas
Domingo 03 de enero de 2016
Mercantilización de la educación
Señor Director:
No hay dos opiniones: 2015 fue un mal año para la educación superior. No porque se diera inicio a la gratuidad -un bien-, sino por la gestión tanto del Gobierno como del Congreso Nacional. Ambos jugaron en esto un mal partido. Nuestros políticos, en su mayoría, están hace ya rato jugando no solo mal, sino con fuego, sin reacción positiva visible ante la mala percepción ciudadana acerca de sus reales competencias para tomar buenas decisiones y, asimismo, para acabar con las malas prácticas que los relacionan más a menudo con el dinero, venga de donde venga, que con una auténtica vocación de servicio público. No pareciera preocuparles que la mala calidad de la política tenga casi por el suelo la confianza en las instituciones y que de allí a la pérdida de valoración de la democracia no haya más que un paso.
Se anuncia ahora aquello que debió preceder a la discusión sobre gratuidad -un proyecto de ley que modificará la estructura de nuestra educación superior, incluida por cierto la financiación pública de los establecimientos y estudiantes-, y es de esperar que su presentación y tramitación se efectúen sin prisas, aunque tampoco dándose todo el tiempo del mundo, y, desde luego, sin fraccionar el proyecto en dos o más leyes cortas, una moda legislativa que transforma carreras de mediofondo de 800 metros en ocho carreras de velocidad de 100 metros cada una.
Una iniciativa legal como esa no la tendrá fácil. El así llamado "sistema" de educación superior chileno es una sobreabundante colección de instituciones muy disímiles en objetivos y calidad (universidades, institutos profesionales, centros de formación técnica, y academias y escuelas de las Fuerzas Armadas, Carabineros, Investigaciones y Aeronáutica Civil), que en total suman 165. En cuanto a universidades (60), solo 16 son estatales, lo cual pone en evidencia que lo que tenemos es un sistema altamente privatizado y también mercantilizado, atendidos los fines de lucro de los IP y CFT y los que, violando la ley, han perseguido la mayoría de las universidades privadas que fueron creadas a partir de 1981, y que antes que a proyectos educativos responden a simples oportunidades de negocios. Todo lo cual es producto de un prolongado desafecto y hasta desdén por las instituciones estatales y de esa interesada ingenuidad que prevalece desde 1981 en cuanto a que las universidades privadas se autorregularían y que no era necesario exigir para su constitución más requisitos que los que se demandan para autorizar un sushi delivery .
¿No equivale eso a una casi completa privatización de la educación superior y, a la vez, a una mercantilización de ella, lo mismo que se hizo con la salud y la previsión, sin olvidar la existencia de auténticos holdings de universidades, y de estas con IP y CFT, que lo que buscan es rentabilidad para los dueños y no integración de sus actividades?
Insólito resulta también que se pida gratuidad para estudiantes que van a universidades de reconocida mala calidad y que matriculan alumnos de bajos puntajes no por vocación social, sino para obtener el dinero de sus familias o el que el Estado entrega en forma de becas y créditos. Cuestión aparte es la de las universidades confesionales, como es el caso de las que se constituyen para difundir una fe religiosa, filosófica, política y hasta militar, como es el caso de varias en Chile. Si la comunidad musulmana, hebrea, budista, y cada una de las múltiples iglesias cristianas, y dentro de la católica cada una de sus devociones y órdenes religiosas instalaran universidades, ¿tendría el Estado que financiarlas a todas?
Así las cosas, el proyecto de ley de reforma de nuestra educación superior no parte de una hoja en blanco, sino de una llena de garabatos, como esos trazos irregulares y en completo desorden que trazan los niños sobre el papel. O, si se prefiere, de lo que aquí se trata no es de diseñar un jardín a partir de un sitio limpio para tal efecto, sino de un campo atiborrado de especies de muy distinta nobleza y no poca maleza. Una maleza que si alguien se acerca a cortar, quienes la plantaron pondrán el grito en el cielo en nombre de la libertad de enseñanza que ellos confunden con la de emprendimiento de negocios.
Agustín Squella