Nunca pude entender por qué, pero mucha gente ostenta con orgullo esta condición: "Yo no hablo con los taxistas". Yo sí hablo con los taxistas. Hace algunos meses en la Argentina hubo un caso que produjo alarma: una chica joven salió de la disco borracha, se subió a un taxi, se quedó dormida y despertó con el taxista encima, violándola. Pocos días después de ese hecho fui al aeropuerto de Ezeiza, a las cuatro de la mañana, y el chofer del taxi en el que iba empezó a hablar del taxista violador. Se dio vuelta -a 100 por hora-, me miró y me dijo: "Lo que yo me pregunto es cómo se puede hacer el amor ahí donde usted está sentada. Porque imagínese, debe ser muy incómodo". Yo: silencio. Él: "No sé, salvo que el tipo se haya sentado ahí y le haya dicho a la chica que se le sentara encima. Porque tiene que ser muy incómodo, fíjese que no hay espacio para moverse ahí donde usted está". Dos o tres semanas más tarde, camino al Aeroparque, otro taxista sacó el tema del violador y le sumó una anécdota personal: una pasajera muy joven se había quedado dormida en el asiento trasero de su taxi, borracha, y se le había levantado la falda hasta la cintura. "Pero -me dijo- a pesar de que estaba así yo no le hice nada y la llevé hasta la casa". Le dije: "Que se le haya subido la falda no era motivo para que le hiciera nada". Él: "No, le quiero decir, nada más, que las chicas están re zarpadas y después se quejan". Le dije: "Los chicos están zarpados hace muchos años y nadie piensa que por eso haya que violarlos". Él: "No, pero el hombre es otra cosa".
Hace unas semanas estuve en una reunión donde había un grupo de varones de 18. Una conocida les hizo una pregunta adolescente: "¿Qué esperan de sus parejas?". Estos varones nacidos en el siglo XXI dijeron "fidelidad e hijos". Lo que hubiera respondido mi tatarabuelo si le hubieran preguntado qué esperaba de mi tatarabuela. En noviembre, una amiga fue al médico en Madrid, donde vive, por una molestia ginecológica. La ginecóloga le dedicó cuatro minutos, le indicó un tratamiento sin revisarla y le dijo que la próxima vez no fuera "tan quisquillosa". Ese mismo mes hice un viaje en auto con dos mujeres. Una de ellas, más de 40, soltera, dijo que, a la hora de conocer a un hombre, lo que más le molestaba era el momento en que el hombre le preguntaba por qué no había tenido hijos: "Yo les digo 'no fui mamá, punto'. Pero te miran con cara de 'a vos te pasa algo'. Piensan que estoy enferma, que tengo un problema mental. No les entra en la cabeza que sea 'porque no'".
No me gustan las frases que huelen a diccionario de ONG porque terminan dulcificando la brutalidad de lo que mentan, pero entiendo que, a la hora de discutir cuestiones, es bueno definir los términos. Todos entienden de qué hablamos cuando decimos violencia de género: aunque es potencialmente la violencia contra cualquiera de los géneros, se utiliza sobre todo para hablar de la violencia contra las mujeres. Física, psicológica, sexual, económica, simbólica. Solo por hablar de dos países, aunque el problema es mundial, en la Argentina, según la ONG La Casa del Encuentro, 261 mujeres de entre 13 y 21 años fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas entre 2008 y 2014. En España, según datos oficiales, hubo 41 mujeres asesinadas en 2015. Las reacciones son varias, buenas, saludables y se multiplican: en junio se organizó en Buenos Aires una marcha llamada "Ni una menos" que reunió a 300 mil personas contra la violencia sexista. En noviembre, la marcha se replicó en Madrid y reunió a medio millón. Todo eso está muy bien. Pero hay algo que está muy mal, y es el hecho de que tengamos que salir a la calle a explicar que no, señor, no hay que acuchillar o prender fuego o machacar a golpes a una mujer. Hay algo que está muy mal mucho antes de los golpes, de la humillación por la palabra, del sexo por la fuerza. Hay algo que está muy mal en alguna parte de la cadena de montaje si los varones de 18 creen que lo mejor que pueden esperar de una mujer es que sea una vaca reproductora; si un taxista no ve inconveniente -o lo ve, pero lo disfruta- en hablar con su pasajera acerca de posibles posturas sexuales durante una violación; si otro taxista piensa que "las minitas están re zarpadas y después se quejan"; si una mujer con un problema médico -mayor o menor- es tratada por una profesional como una "quisquillosa"; si a un hombre adulto todavía le parece "raro" que una mujer no haya tenido -por la razón que fuere- hijos. Algo está muy mal cuando en las publicidades de pañales son siempre las madres las que cambian pañales y en las de lavarropas son siempre las mujeres las que lavan la ropa y en las de productos de limpieza son siempre ellas las que limpian; y cuando las mismas féminas se autoexcluyen en reuniones mixtas y se amontonan entre ellas para hablar de "cosas de chicas"; y cuando las revistas y los periódicos publican artículos sobre "mujeres que conducen autobuses" o "mujeres que escriben novelas policiales", como si hubiera que celebrar que unos seres potencialmente discapacitados para conducir autobuses o escribir algo que no sean novelas de amor, superando trabajosamente las trabas impuestas por una malformación genética, hayan alcanzado un logro importante.
Ni siquiera es sutil, ni siquiera es letra chica: es burdo, es obsceno, es asqueroso. Pero es ancestral. Todo, a nuestro alrededor, grita un atraso de cincuenta años. Me pregunto si es posible cambiar algo sin empezar por ahí. Por ese atavismo de apariencia inocente que, con el tiempo, termina por transformar a muchos en monstruos fuera de control.