Cuando Bachelet recibió la banda presidencial el 11 de marzo de 2014, muchos chilenos veían con esperanza su vuelta a La Moneda. Otros, en cambio, la mirábamos con preocupación. Pero unos y otros teníamos algo en común: nos gustara su programa o nos pareciera una barbaridad, todos coincidíamos en que el retorno de la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres representaba una gran oportunidad para las chilenas.
Por eso, a la hora de cerrar el año y hacer un balance, la primera pregunta que debemos hacerle no se refiere a la gratuidad, a la reforma tributaria, a la nueva Constitución, a las concesiones de hospitales públicos o a la ley laboral. La primera demanda que debemos plantearle es muy simple: después de casi dos años de gobierno, ¿ha mejorado significativamente la situación de las mujeres chilenas?
No me refiero, por supuesto, al hecho trivial de que los chilenos y las chilenas debemos dirigirnos a ellos y a ellas cuando aludimos a nuestros presidentes o presidentas, de modo que todos o todas estén adecuadamente empoderados o empoderadas. Presumo que nuestras mujeres no se dan por satisfechas con estos malabarismos verbales.
Partamos por un ejemplo muy simple. El ingreso promedio de las chilenas en 2014 fue de $382.253. Pensemos en una madre joven que tiene un hijo de 8 años y que trabaja en una tienda pequeña. Su hijo sale de vacaciones a comienzos de diciembre. ¿Qué hace con él esos tres meses de verano? Dudo que sean muchas las autoridades chilenas capaces de dar una respuesta convincente a esa pregunta elemental (¿o es que alguien tiene una pregunta más importante?). “Ellas dejan a su niño con la abuela o la vecina”, nos dirán. Pero, ¿y si no la tienen? Se cuentan por miles las mujeres que vienen de regiones a trabajar a Santiago y que carecen del apoyo de los vínculos familiares. Además, está el caso de las inmigrantes. ¿Vamos a dejar entregada la solución del problema del cuidado de sus hijos a la eventualidad de encontrar una vecina solidaria?
Mientras las élites siguen discutiendo sobre abstracciones, pareciera que los problemas que afectan el día a día de las mujeres, es decir, de la mitad del país, permanecen invisibles o son patrimonio exclusivo de las revistas femeninas. Habrá que leerlas entonces si queremos saber lo que, de verdad, pasa en el país.
Habrá que leer, por ejemplo, “Sentencia prematura”, un reportaje impresionante que Muriel Alarcón publicó en la revista “Ya”. Los datos que transmite son estremecedores: el 86% de las mujeres presas es madre. Mientras estaban en libertad, ellas eran la única fuente de ingreso en su casa y probablemente la única posibilidad real de que sus hijos pudieran llegar a ser buenos ciudadanos. Con la madre presa, esos niños carecen de un motivo para ir al colegio y están expuestos a toda suerte de abusos y maltratos. Las consecuencias de esa situación en la psicología de los menores son gravísimas y permiten pronosticar cómo será su futuro: “Son niños incapaces de reproducir vínculos afectivos, niños violentos y agresivos”, dice la psicóloga Ana María Stuven. Y nosotros nos extrañamos de los “portonazos”.
Como parece que los problemas de la mujer hoy no son importantes, urge contar con más mujeres en la política, pero no resulta fácil si no se quiere recurrir al humillante sistema de las cuotas. Si una diputada decide ser madre, es vista como una traidora por su partido, que se queda siete meses sin un voto en el Congreso. Hasta en una fábrica de cuchuflíes existen los reemplazos de las operarias que están en pre y posnatal. Y nosotros, en más de siglo y medio de vida republicana, no hemos sido capaces de inventar fórmulas de sustitución temporal que permitan a las parlamentarias estar tranquilas en su casa sin la preocupación de tener que elegir entre la maternidad y el bien del país.
¿Qué es lo más relevante que Bachelet ha ofrecido a las chilenas? Una ley de aborto, una institución tan machista como la pornografía, la ablación femenina o la trata de personas, que permite al varón hacer con ella lo que quiera y luego endosarle el “problema” diciéndole que es libre para resolverlo.
Sería injusto echarle la culpa de todo a este Gobierno. Pero a Michelle Bachelet le pedimos más. En suma, el balance de estos dos años de administración es muy simple: al Gobierno de la Nueva Mayoría le vendría bien una mirada de mujer.