En teoría, no debe haber hoy en Chile un candidato más apropiado para asumir la derruida ANFP que Arturo Salah. En consideración al nefasto estado de situación, lo que se necesita con urgencia clínica es un referente respetable con cierta estatura cívica e idoneidad técnica.
No se trata a priori de menoscabar a Pablo Milad, su opositor. Pero, de nuevo, sin ningún ánimo de desestimar la legítima aspiración, el dirigente de Curicó aún tiene que acreditar que su trayectoria en un club de Primera B es lo suficientemente asimilable como para comandar el fútbol chileno, administrar su profunda crisis, limpiar la imagen sucia y restaurar la confianza. Milad debe probar que tiene ascendencia, redes, experiencia, manejo político, talento comunicacional, sensibilidad futbolística, conocimientos técnicos y, sobre todo, liderazgo. Tiempo para conocerlo y esperarlo hay poco, y la paciencia para soportar la doctrina del borrón y cuenta nueva, que parece rondar a sus adherentes, se acabó.
Salah, les guste o no a sus críticos, ha demostrado durante su carrera una condición de independencia y rigor, incluso pecando de rigidez. Pero su estilo doctrinario es transparente: se sabe lo que piensa. Se podrá estar o no de acuerdo con sus principios, pero la coherencia entre el verbo y la acción es reconocible en su proceder. Lo que proyecta Milad, en contraste, solo es un equivalente de lo que hizo un desconocido Sergio Jadue en su fase de asunción al cargo de presidente, cuando era respaldado por un brazo operativo de personeros con intereses tan oblicuos como la desmesurada ambición del calerano. (Cualquier similitud con la realidad puede ser una lamentable coincidencia).
Hecha la distinción, también es necesaria otra precisión: Salah es insuficiente para reparar el daño. Los clubes lo fueron a buscar porque en el mercado nacional hay muy pocos disponibles que ofrezcan garantías de seriedad y pruebas de honestidad, atributos que sus adláteres de antemano no dan. La sombra que les pueda otorgar su candidato estrella no cubre la generalizada sospecha que se instaló en el manejo del fútbol y que no se disipa por el simple hecho de compartir una lista de nombres presidida por un líder íntegro.
Si Salah es elegido, tendrá que iniciar quizás su última gran misión, una suerte de revolución moral, el proceso más complejo que haya debido enfrentar en el fútbol profesional, ya fuera como jugador, entrenador o dirigente. Un proceso de aseo interno cuya cantidad de basura parece tener volúmenes inconmensurables, que posiblemente no le dejarán pensar en lo que más quiere, el juego. Ese que hace mucho tiempo se extravió entre tanta plata dulce y negra a la vez.