Después de seis años de caminos separados, el director Ernesto Díaz Espinoza y el especialista en artes marciales Marko Zaror se reencuentran en otra aventura de acción física, esta vez con un vengador de pasado oscuro y violento. No se sabe de dónde sale este hombre, conocido como el Redentor, pero después de un prólogo donde aniquila a una pandilla de violadores, se encamina, de nuevo sin razón visible, hacia Pichidangui.
El balneario está tomado por una banda de narcotraficantes en cuya cima se halla el Gringo, Steve Bradock (Noah Segan), un sujeto psicopático que aspira a convertirse en el dealer decente de Chile. Debajo de Bradock está un capataz llamado Piedra (Boris Smirnow) y luego una masa de pandilleros que protegen su casa y las "transas".
Cuando el Redentor entra a Pichidangui, el pusilánime pescador Agustín (Mauricio Diocares) es hostilizado por la banda para que devuelva un dinero arrebatado. En el medio hay una camarera, Antonia (Loreto Aravena), que tiene un hijo enfermo y necesita el dinero, por sucio que sea.
Pero estas circunstancias importan poco. Apenas son las quebradizas vigas con que se arma un guion que no resiste ni un soplido. En el reparto aparecen cuatro guionistas, pero si no hubiese ninguno daría lo mismo. Lo que importa es que el Redentor es un buscapleitos que, por hallar, hallaría líos hasta en una iglesia.
Y este es precisamente el caso, porque el Redentor es un buscapleitos religioso, que antes de actuar exige a sus adversarios que pidan perdón y, una vez que los ha demolido, deja caer alguna sentencia evangélica. No solo eso: viaja con un altar portátil y tiene un tatuaje de la crucifixión, una idea de Cabo de miedo que Díaz Espinoza ya había parodiado en la deplorable Fuerzas Especiales 2.
En el único diálogo inteligente de toda la película, Antonia pergeña que alguien tan violentamente religioso ha de tener un pasado tremebundamente pecaminoso. En efecto, el Redentor lo tiene, aunque ha sacado la lección equivocada: no el perdón, sino la venganza. Su idea de la redención viene más del Antiguo Testamento que de los evangelios.
Es difícil entender por qué Díaz Espinoza y Zaror quisieron incorporar esta dimensión religiosa, que está reducida a pura carcaza, simulación y pose. Primero, es un recurso ya añejo en el spaghetti western de los 60; y segundo, le quita a Redentor las posibilidades de humor que eran lo mejor de Kiltro, Mirageman y Mandrill.
Quedan, para los incondicionales, los combates de patadas, huesos quebrados y cuajarones de sangre, en ralentí o en visión acelerada. Para el resto, esa cualidad singular de la cámara de Díaz Espinoza para anticipar y coreografiar la violencia; y, después, la cierta tristeza que produce un cine con vocación popular que se enreda en un marasmo de imitaciones ya agotadas, con apenas un par de aciertos visuales.
Redeemer.
Dirección: Ernesto Díaz Espinoza.
Con: Marko Zaror, José Luis Mosca, Loreto Aravena, Mauricio Diocares, Noah Segan.
90 minutos.