Este es el momento preciso, cuando el acusado anda por allá lejos, las pruebas aparecen por docenas y una cosa es clara: apenas puede defenderse.
Son los instantes para recorrer el lugar y encontrar piedras, camotes, rocas, terrones, peñascos, bolones y contra más puntudos y pesados, mucho mejor.
Se hace puntería desde lejos o desde la vieja confianza o por la reunión privada y vamos revelando cosas: era tirano e iracundo, era ambicioso, manipulador y ladrón, era un mentiroso sin fronteras y además un trepador.
El que lo dice debe ser justo y bueno.
El que lo apunta es claramente honrado.
El que lo revela demuestra su absoluta inocencia.
El que lo demuele es necesariamente una persona ejemplar.
No lo hicieron antes, pero nunca es tarde para estos efectos.
Felicitaciones por eso.
Y acá tienen otra piedrita y hasta pueden hacer patitos.
Los cómplices pasivos (y no digamos los activos) son capaces de lanzar la piedra y hasta la carretilla, con tal de seguir donde están.
El ejercicio colectivo se llama lapidación y es el fundamentalismo chileno que no es parte del problema: es el problema.
Un fundamentalismo instantáneo y de ocasión que aparece como plaga de langostas y así como llega, así también se va, y por ahora está en marcha, a plena máquina y echa fuego por los ojos.
Existe un anhelo compartido que consiste en convertir a Sergio Jadue en una especie de Bob Esponja, para que absorba pecados, faltas, engañiflas, trampas, engaños, delitos y pecadillos, y que así no quede ni una gota de culpabilidad suelta y dando vuelta.
Todo para él y que el ex presidente de la ANFP se transforme en el único personaje oscuro, doble y tramposo que vive en la comarca del fútbol.
En el cine el rol está muy claro y hasta los niños chicos lo conocen: el malo de la película.
Y que esa culpa personal y tan precisa se imponga y brille por encima de lo que no se puede probar: la culpa social.
Esa culpa compartida, extendida y sinuosa que entra por las rendijas: mirar para el lado, no hacer memoria, convertirse en loco, no hacerse problemas, pasar por ingenuo e incluso por tonto. Y recitar calladamente eso tan tranquilizador: todos lo hacen y se ha hecho desde siempre.
Es algo que no forja mala conciencia ni crea remordimientos, porque es untable como la mantequilla y se pasa por acá, por allá y por aquí no ha pasado nada.
Es una hora chilena, oscura y luminosa que nos retrata y alumbra.
El mundo es así, yo soy así y así son las cosas.