En el cine chileno del último tiempo todos quieren a Daniel Antivilo, siempre como secundario, porque el actor le otorga oficio, presencia y energía a sus personajes.
En los últimos cinco años y siempre como actor de reparto, ha participado en quince películas.
Que exista un personaje con fuerza e identidad le proporciona carácter a una historia, y así la película asegura un personaje, al menos uno, que se instale en la memoria y se convierta en algo para recordar.
Casi nunca es así, porque los títulos chilenos, ya se sabe, se suceden, amontonan y tienden a compartir algo terrible: iguales, similares, sucedáneos y con relatos que nacen, rebotan y mueren entre cuatro paredes.
Lo mejor de Antivilo está en "Matar a un hombre" (2014), donde su estatura y tamaño se transforman en una desmesura que clama por la violencia, el miedo y el crimen.
En "La madre del cordero" interpreta a Segundo, el padre de un niño deficiente, un hombre que adiestra galgos de carrera y no le teme al descaro y la mentira, se le pasa la mano con el vino, el alcohol lo envalentona y es capaz de atacar a una mujer y quizás de cuántas cosas más, si lo dejan.
Segundo no participa de la trama principal, sin embargo el actor es capaz de construir una historia a su alrededor, y Antivilo, con migas, crea un personaje y es por esta razón que los directores lo buscan.
A Cristina (María Olga Matte), la protagonista, le ocurre lo opuesto. Es parca, jamás sonríe, le falta voluntad y se come las uñas, como si esa manía reemplazara las explicaciones: tensa, silenciosa, repite unas seis veces que debe ir a cuidar a su madre y se come las uñas.
Es una soltera cincuentona que ya se quedó en el pueblo para vestir santos y cuidar a su madre Carmen, precisamente. Shenda Román es Carmen, arrugada por fuera, pero por dentro se mantiene tersa y fina, por lo que construye a una veterana manipuladora y cruel, dispuesta a perder primero la vida, pero jamás la memoria.
"La madre del cordero" pertenece a una agenda nacional muy tradicional: encierro provinciano, vida desperdiciada, crisis existencial, temor a lo desconocido y frustración sentimental.
El eterno retorno lo encabeza su amiga Sandra (Patricia Velasco), que vuelve de la capital con otras costumbres, pero tampoco pasa nada.
Lo esotérico expresivo son dos largos sueños que relata Cristina en el confesionario, ininteligibles para el señor cura y más bien para cualquiera.
La paradoja es que en dos personaje laterales, en el hombrón de Segundo, y en las arrugas y maldad de doña Carmen, se presiente una energía políticamente incorrecta y una historia más audaz y arriesgada que la que se cuenta: que es tan típica, criollista y convencional.
Es la obra de Rosario Espinosa y Enrique Farías, dos debutantes, por lo que el futuro no está escrito y ni siquiera dibujado.
Las cosas con el tiempo quizás mejoren, siempre y cuando se rompan, despeinen, vibren y desordenen.
Chile, 2014.
Director: Rosario Espinosa y Enrique Farías.
Con: María Olga Matte, Shenda Román, Patricia Velasco.
80 min. Mayores de 14.