Hay un momento en la vida de todo chileno adulto en que un clic se hace presente en su cerebro; entonces, cliquea y se pregunta: ¿Por qué Augusto Pinochet es uno de los hombres más odiados de la Historia contemporánea?
El interpelado por su conciencia puede buscar muchas maneras honradas de resolver la duda y, según sea el nivel y profundidad de su investigación, alcanzará o no una respuesta adecuada. Cosa de él.
Uno de los caminos que puede seguir es este.
Camboya, 1975. El comunismo de los Khmeres rojos se hace con el poder de modo brutal. Se consuma durante casi cuatro años uno de los procesos más espantosos de la historia mundial. Un millón seiscientas mil personas son asesinadas y hasta un total de 2 millones mueren por las políticas del régimen.
Cuba, 1974. El castrocomunismo cumple 15 años en el poder. El dominio sobre la sociedad cubana, sobre su Iglesia, es total; la expansión guevarista de la revolución violenta por América y África ha tenido sangrientos éxitos y sangrientos fracasos.
Alemania Oriental, 1975. El comunismo germano-oriental ejerce sobre la población el más cruel de los sistemas de opresión social. La vida de los otros es la vida del Estado, de la Stasi. Hace 15 años que no es posible huir: un Muro impide el camino hacia la libertad.
Vietnam, 1975. El comunismo norvietnamita derrota toda resistencia y el país completo cae bajo su control. Saigón pasa ser Ho Chi Minh, y Ho, aunque ya fallecido, es "el que ilumina" la represión de todas las libertades.
Angola, 1975. Tropas del comunismo cubano y soviético refuerzan a las milicias marxistas del MPLA. La guerra civil internacional dura años. Castro estima que es una excelente oportunidad de sacar a esas sociedades del tribalismo para llevarlas al socialismo.
Corea del Norte, 1975. El misterioso comunismo de la Corea subyugada administra un sistema en que se complementan campos de seguridad, de regeneración, de trabajos forzados, zonas de deportación y zonas de dictadura especial. Solo en estos últimos campos hay unas 150 mil a 200 mil personas confinadas.
Unión Soviética, 1973. El inepto comunista Leonid Brezhnev lleva el presupuesto militar de la URSS a entre el 10 y el 12,5% de los gastos totales. La URSS está en guerra con el mundo. Acaba de perder, el 11 de septiembre de ese año, uno de sus botines más lejanos y atractivos: Chile. Un El Dorado para todo comunista de mirada universal. O sea, para todo comunista.
¿Qué podía esperar el pueblo de Chile, que mayoritariamente pidió a sus Fuerzas Armadas que el proyecto allendista fuese derribado, sino el rechazo de todos los que en el mundo entero lo apoyaban desde la ideología y la praxis marxista?
¿Qué podía esperar el gobierno de Chile en 1973, 1974, 1975 -y en los años siguientes-, sino una constante agresión de quienes como Camboya y Cuba, Alemania Oriental, Vietnam y Corea del Norte, con la URSS a la cabeza, tenían completamente asegurados, tiranizados, a sus respectivos pueblos y podían dedicarse con especial intensidad y en el mundo entero al juego del odio y de la agresión?
¿Qué podía esperar el Presidente Augusto Pinochet de tan nobles acompañantes en el destino común de conducir a sus respectivas naciones, si en el mundo comunista había un excelente récord de países una vez conquistados y países después jamás perdidos?
¿Qué pueden esperar ad infinitum todos los chilenos, civiles y militares, que pidieron, apoyaron, trabajaron, defendieron o al menos votaron por el gobierno militar, sino que el comunismo les prohíba decir la verdad y que, caso a caso, les aplique con la sutileza del tercer milenio, todos sus viejos métodos de penetración, control, prisión y exterminio?