Este es el primer largo de Miroslav Slaboshpitskli y una de las primeras ventanas de gran exposición del naciente cine ucraniano. Slaboshpitskli ya había realizado un ensayo en el 2010, con un corto titulado Sordera, pero el experimento ha sido radicalizado en The tribe, que es enteramente muda, con el lenguaje de señas ucraniano, sin subtítulos ni comentarios, ni música. No es silenciosa: hay un cuidadoso tratamiento de los ruidos directos y los sonidos del ambiente.
Tampoco es la única radicalidad de The tribe: el relato está desarrollado en 33 planos secuencia, varios de ellos con complejos movimientos de cámara y una minuciosa coreografía de los personajes. Algunos de esos prolongados planos fijos resultan difíciles de tolerar, porque presentan momentos de crueldad o dolor extremos.
A menos que se conozca el lenguaje de señas, es imposible comprender los intercambios entre los personajes, marcados además por esa aparente brusquedad que caracteriza el esfuerzo expresivo de los sordomudos. Sus nombres nunca son mencionados -solo se infieren de los créditos finales- ni se sabe nada de sus historias personales.
Aun así, la historia es clara. El adolescente Sergei (Grigori Fesenko) llega a una escuela de sordomudos en los suburbios de Kiev y apenas entra es sometido a las pruebas de iniciación de la pandilla de estudiantes mayores que regenta la vida de la escuela. El grupo organiza asaltos, robos violentos y hurtos, de noche y de día, adentro y afuera. Además, con la complicidad del profesor de manualidades (Alexander Panivan), maneja a dos estudiantes prostitutas a las que trafica en las estaciones de camioneros.
En esta sociedad cerrada y casi aislada, la pandilla constituye un gobierno paralelo, avaricioso y corrupto, frente al cual las autoridades formales hacen la vista gorda. Se siente una inquietante referencia a la política ucraniana desde que, en los primeros minutos, una profesora de geografía expone la situación de Ucrania en un mapa de Europa. No hay indicios para saber si la acción transcurre antes o después de la insurrección del Maidan, pero la película parece remitir a ese clima.
Poco después de la mitad del metraje, un elemento disruptivo -la fascinación sexual de Sergei por una de las prostitutas, Anna (Yana Novikova)- lanza la historia hacia una tragedia cruel y violenta. La cámara de Slaboshpitskli registra esos hechos con la misma distancia y frialdad que el resto de la historia, y hasta extrema el virtuosismo de sus movimientos.
La combinación entre la extrañeza de un mundo desconocido y el abrumador ejercicio de estilo con que lo presenta hacen de La tribu un filme especialmente atractiva, seductora, sorprendente. Pero ese estilo frío, implacable, indiferente a toda consideración moral -como el de Michael Haneke- tiene también un peligroso doble filo, que se parece mucho, demasiado, a un desprecio total por la condición humana.