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Cartas
Jueves 19 de noviembre de 2015
Confieso que he admirado
Señor Director:
Un acto musical en la Universidad de los Andes en que se interpretaron obras de Quilapayún y otros grupos de la Nueva Canción Chilena causó el desconcierto y a veces las iras de un buen número de personas: "¿Cómo puede una universidad con ese ideario promover la música de grupos que fomentan la revolución y la lucha de clases?", se preguntaron.
El hecho va mucho más allá de una pequeña anécdota: apunta al modo mismo en que podemos convivir los chilenos, separados, como estamos, en tantas cuestiones importantes. Recientemente, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, un grupo de estudiantes realizó una "funa" por la presencia del embajador de Israel, que venía a dictar una conferencia académica. Mal síntoma.
Dando un paso más, podríamos preguntarnos: ¿es posible reconocer e incluso difundir los méritos del que piensa distinto?
La respuesta marxista era muy sencilla: todo está teñido por el conflicto, de modo que cualquier pretensión de neutralidad resulta ingenua y moralmente despreciable. Esa lógica, que en otros países pertenece al pasado, ha experimentado un resurgimiento en el Chile de los últimos tiempos, como lo muestran los resultados de las elecciones universitarias de estos días. Por otra parte, no faltan algunos conservadores que responden de manera parecida y asumen esa lógica letal: al enemigo hay que negarle la sal y el agua. Cualquier reconocimiento significa una claudicación.
Me parece que el suyo es un mal conservadurismo. Si uno piensa que esas tesis enfermizas de cierta izquierda radical son falsas, no basta con decirlo en una columna o en un libro: es necesario actuar de una forma diferente, lo que exige cambiar la forma de tratar al oponente.
Ese nuevo trato al que piensa distinto nos permite adoptar actitudes que en la política del conflicto están vedadas. Una de ellas es la admiración al adversario. Cuando uno ve las "Actas de Marusia", de Littin, o escucha la "Cantata de Santa María de Iquique", ¿cómo puede permanecer insensible? ¿Qué precio hay que pagar para mantenerse indiferente frente a esas protestas ante la injusticia? Esas obras no son de Miguel Littin o de Quilapayún: son mías, y suyas, y de todos los chilenos. También es mío el "Canto General" de Neruda, la buena poesía de Ernesto Cardenal y el Guernica de Picasso.
Soy un crítico de muchas cosas de los gobiernos de la Concertación y de casi todo lo que ha impuesto la Nueva Mayoría, pero confieso que admiro el patriotismo de Lagos, como también la perseverancia, inteligencia y simpatía de Bachelet. No querría que Isabel Allende ocupara la próxima Presidencia de la República, pero bien puedo presentarla a mis alumnos como ejemplo de elegancia política y humana. Reconozco que admiro profundamente la prudencia de Viera-Gallo y ya me gustaría tener la mitad de la valentía de Escalona.
Me parece importante que la orquesta de una universidad con ese ideario se sume a los coros de diversas casas de estudios para interpretar obras de la Nueva Canción Chilena. Un acto semejante supone no solo reconocer la belleza donde quiera que se halle, sino también entender que las universidades deberían desempeñar un papel que jamás podrán cumplir los partidos, atendida su naturaleza polémica: mirar nuestra historia y sus creaciones culturales con una benévola distancia.
Joaquín García-Huidobro
Universidad de los Andes