Los poetas y autores de canciones que suspiran por la "juventud, divino tesoro" no tienen idea de lo que están hablando. O, dicho de otro modo, con la memoria, esa gran fábrica de ficciones, reconstruyen historias espigando los mejores recuerdos, idealizando y decorando a gusto.
Porque la adolescencia no es precisamente la mejor etapa de la vida. Ni para quienes están pasando por ella... ni para los padres.
Justo esta semana se estrenaron dos películas con adolescentes como protagonistas: la argentina "Abzurdah", basada en la dramática autobiografía de Cielo Latini, una estudiante argentina que sufrió anorexia (y tuvo un exitoso blog), y "Yo, él y Raquel", un filme "indie" que entre los 11 galardones que lleva acumulados se cuentan el del Gran Premio del Jurado y el premio del público del prestigioso Festival de Sundance.
Del mismo estudio del que salieron las refrescantes "Juno" y "500 días de verano", esta singular película tiene esa misma chispa y soltura, sin límites creativos para recurrir a elementos sencillos pero elocuentes y novedosos (como las figuritas que ilustran, tipo stop motion , los pensamientos del protagonista), utilizando la cámara y los planos de manera lúdica y desprejuiciada.
"Yo, él y Raquel" es el relato en primera persona de Greg, un chico tranquilo, que no sabe que es deliciosamente creativo e inteligente, porque tiene una pésima opinión de sí mismo y una timidez rayana en la fobia social. Por eso ha desarrollado estrategias para salir entero en medio de la fauna que puebla su colegio ( high school ): categoriza a cada grupo como "naciones" y se lleva bien con todas, adaptándose a cada grupo cada vez que se cruza con ellos. Ser invisible es su objetivo y su modo de sobrevivir, que es a lo único a lo que aspira.
Greg no tiene amigos. O, más bien, prefiere negarlo, para no sufrir un eventual desaire. Así es que Earl, el chico negro de barrio peligroso (muy divertido el recuerdo de cómo se conocen) con que siempre anda, es, en sus palabras, un "compañero de trabajo".
Es que ellos filman películas. O versiones-homenaje, como "Racha Mon" ("Rashomon") o "Perdidos a las 2.48" ("Perdidos en la noche", incluida esa mítica canción "Everybody's talkin"). El padre de Greg, un profesor de sociología que pasa en bata, comiendo alimentos "étnicos" y con su gato Cat Stevens en brazos, los ha acostumbrado de niños a sentarse con él en el sofá a ver películas europeas ("Aguirre, la ira de Dios", de Herzog, aparece a menudo).
Este equilibrio precario se rompe para Greg cuando su madre, "que sabe ser insistente", lo conmina a que, como buena acción, vaya a visitar a Rachel, una compañera de colegio que acaba de ser diagnosticada con leucemia.
Caminando en sentido totalmente opuesto a las toneladas de películas que se producen sobre adolescentes, la relación que llegan a establecer Greg y Rachel -y también Earl- no es ni romántica ni lacrimosa. Y si muchos verán en ella un homenaje al cine (que lo es), también es una ineludible reflexión sobre la (injusta) amenaza de la muerte, un tema que solemos evitar. Pero, sobre todo, se trata de la vida y de asuntos tan complicados, dolorosos e insoslayables como crecer. Algo para lo cual los adultos no ayudamos mucho (la mirada hacia los que circulan en el filme es suavemente irónica).
Aguda, llena de detalles y elementos seductores -personajes, guión, música, ambientes, estructura narrativa-, "Yo, él y Raquel" es de esa clase de películas que uno pasa al estante de inolvidables.
Porque es preciosa, divertida, triste y sabia. Todo a la vez.
¡No la deje pasar!
(En cartelera)