Esta es una película importante, que habla de cosas importantes y que se anuncia con un título importante. Proviene, además, de un cineasta importante, Andrei Zvyagintsev, que debutó a los 38 años con El regreso (2003), una cinta tan seductora como enigmática.
El Leviatán del título es el del libro de Job, cuyas inspiradas frases ("¿Sacarás tú al Leviatán con anzuelo / o con una cuerda que le eches en su lengua?") describen a la bestia invencible que Dios puso en la Tierra para recordar a los hombres su pequeñez. Y es también el de Hobbes, el filósofo que lo usó como metáfora del Estado, la forma de organización que impide que los hombres obedezcan a sus impulsos depredadores.
El primero es mencionado por un sacerdote de la Iglesia Ortodoxa, que advierte al protagonista sobre la necesidad de aceptar sus desventuras como parte del plan divino. El segundo pasa en silencio por detrás de las imágenes: es el despliegue de la máquina del Estado, dirigida por un antagonista cuya oficina está presidida por la foto del Presidente Vladimir Putin. La forma en que Zvyagintsev vincula a la Iglesia Ortodoxa con ese Estado autoritario y omnipresente bajo la idea de que "estamos despertando el alma del pueblo ruso", con su admiración por Alexander Nevski y la "Rusia profunda", es una de las ideas más apasionadamente políticas de una de los filmes más políticos de estos años.
La historia es deliberadamente mínima. En el remoto distrito de Pribrezhny, en algún punto del gélido Murmansk, el mecánico Kolya (Aleksei Serebriakov) enfrenta la amenaza de expropiación de la casa de toda su vida por parte del corrupto alcalde Vadim (Roman Madjanov). Para ayudarlo llega desde Moscú el abogado Dimitri (Vladimir Vdovinchenkov), amigo de infancia de Kolya, premunido de la información suficiente para obligar al alcalde a negociar. Pero la visita de Dimitri deviene una fatalidad y Kolya ve cómo su vida comienza a zozobrar en el desastre.
Zvyagintsev recorta su historia contra un paisaje extremo, de resonancias geológicas, que refuerza la idea de una cultura con raíces remotas y de unas vidas sometidas a los designios de un orden oscuro, severo, inalterable. Los hombres beben en exceso y se burlan con decepción de esa historia que quiso cambiar las cosas -la fiesta de tiro al blanco con los retratos de Lenin, Brezhnev, Gorbachov- y bajo sus relaciones se siente siempre una violencia latente, que solo la Iglesia y el Estado pueden contener.
Por momentos, Leviatán exagera sus ocurrencias visuales -un zoom hacia una estatuilla de Cristo después de una reunión angustiada del alcalde, el niño sentado frente al esqueleto de una ballena-, a veces hace trampa omitiendo información y quizá, en general, es demasiado consciente del peso de sus ideas frente a un espectador inerme. A pesar de eso, sigue siendo una película importante, una atrevida incursión en el misterio de la Rusia poscomunista.
Leviathan.
Dirección: Andrei Zvyagintsev.
Con: Aleksei Serebriakov, Elena Lyadova, Vladimir Vdovinchenkov, Roman Madjanov, Aleksei Rozin, Anna Ukolova.
140 minutos.