El Superclásico es igual a una tabla de salvación virtual que a la larga no auxilia a nadie, pero que sirve para dejar la conciencia tranquila de que se ejecutó hasta el último recurso. Como hace rato que Colo Colo y Universidad de Chile no coinciden exitosamente en un campeonato, el partido entre ambos se ha transformado en "la" instancia para justificar la permanencia en el equipo o irse del club sin tanta vergüenza.
En esta ocasión, el turno de salvataje le corresponde a Universidad de Chile. El indeseable presente azul convirtió esta vez a Colo Colo no solo en el archirrival, sino que en la variable excluyente de la operación rescate 2015, más aún si en una hipotética final de Copa Chile se podrían nuevamente confrontar. Descartada de plano la lucha por el título, el tortuoso epílogo de la temporada para la U tiene entonces un solo horizonte, principalmente para sus jugadores más cuestionados.
Cuando se postula que el Superclásico representa un torneo paralelo, se produce un efecto distorsionador que a medida que avanza la fecha del duelo empieza a ser asumido casi por osmosis por todas las partes en conflicto, como si fuera un mandato futbolístico irrenunciable. El discurso de que estos pleitos están por sobre las campañas puntuales de cada equipo puede comprenderse como una obediencia a un criterio comercial, sin duda, pero su reiteración ya revela un acomodo mediocre del que los clubes involucrados son protagonistas, como somos cómplices los medios cuando tratamos de convencer a los hinchas y a simpatizantes de que el partido denota una trascendencia superior a la real disputa por el título.
Es patente que los grandes clásicos del fútbol mundial suponen una cobertura mediática fuera de todo promedio. Pero cuando los intereses deportivos y económicos se entremezclan, la perspectiva puramente futbolística suele extraviarse en un cúmulo de intenciones, declaraciones y conjeturas de los actores que solo alimentan el clima de clásico, que no atacan los problemas de fondo que pueda estar viviendo cada uno de los equipos.
Es un despropósito nadar contra la corriente cuando el caudal es torrentoso. A los jugadores por definición no se les puede pedir distancia cuando ni siquiera entrenadores sensatos, como Sierra y Lasarte, logran apartarse de la temperatura ambiente de un clásico, aunque ambos tengan claro quién llega mejor posicionado o cuál está más apremiado.
Mientras quepa la posibilidad de salvar el año en un partido denominado Superclásico, todos querrán seguir corriendo el riesgo, porque el premio, artificioso, puede ser a su vez gigantesco.