Primero es el rostro de un hombre. La cámara retrocede y descubre que es un rostro en un espejo, el de un hombre que se mira detenidamente. Otro retroceso muestra que pinta un autorretrato. Por unos momentos, hay tres rostros de un solo hombre en la pantalla. Sería una manera astuta de presentar un filme acerca de espías e identidades confusas, pero este no es sino uno de los temas laterales de Puente de espías. Lo que importa es la serenidad de ese rostro, su ausencia de gestos, su casi absoluta impavidez.
El hombre es Rudolf Abel (Mark Rylance), un espía soviético capturado por el FBI en Brooklyn, en 1957, cuando la Guerra Fría arde con la paranoia de un ataque nuclear. Con el deseo de presentar un juicio justo, el gobierno de Estados Unidos contrata como defensor al abogado de seguros Jim Donovan (Tom Hanks), que a pesar del clima histérico de opinión pública se toma su trabajo en serio. Cuando este juicio imposible está por terminar, Donovan convence al juez de que ejecutar a Abel sería un error, porque algún día puede ser atrapado un espía de Estados Unidos y se perdería un instrumento para negociar.
Hasta aquí, el relato ha sido puntuado por una historia paralela, en apariencia desconectada: la preparación de un grupo de pilotos para llevar los aviones espías U-2 hasta los cielos de la Unión Soviética. Mientras Donovan presenta ante la Corte Suprema su última apelación por Abel, el U-2 pilotado por Francis Gary Powers (Austin Stowell) es derribado y el oficial queda en manos de los soviéticos. La petición al juez del experto en seguros adquiere brusco sentido: los rusos se muestran dispuestos a canjear a Powers por Abel. Empieza entonces el nuevo encargo de Donovan: negociar el intercambio. Ahora el jefe es la CIA. El lugar: Berlín Oriental.
Spielberg se detiene largamente en la frialdad jurídica de Donovan. Las leyes son la fuente de su sentido común y el marco que le permite entender las complejidades de la política global. Su distancia respecto de los peligros de la guerra complementa la de Abel, que una y otra vez pregunta si sería útil mostrarse inquieto. El encuentro entre estos dos hombres estoicos, cerebrales, inalterables, es la base de Puente de espías, y la pantalla hace visible el esfuerzo de los actores (a ratos excesivo) por extremar su contención.
La bien conocida eficacia narrativa de Spielberg se aplica cada cierto tiempo a temas históricos "mayores", como en Múnich y Lincoln, ambas, igual que esta, acerca de la ambigüedad de los deberes patrióticos. Al mismo tiempo, no es un cineasta sintético y esa inclinación (véase, por ejemplo, la larga secuencia inicial del arresto de Abel) se convierte en uno de los peores lastres de Puente de espías, porque revela una cierta falta de convicción del cineasta acerca de cuál es el verdadero centro de su película.
BRIDGE OF SPIES.
Dirección:
Steven Spielberg. Con: Tom Hanks, Mark Rylance, Amy Ryan, Alan Alda, Austin Stowell.
141 minutos.