La película se abre con un bloque de cuarzo, pequeño, casi cuadrado, transparente, y en su interior se distingue algo líquido y encapsulado: una gota de agua.
"El botón de nácar" es el último documental de Patricio Guzmán y, como es habitual, su voz en off acompaña y describe el relato y de esta forma conecta un proyecto ambicioso y único que es global y personal, mundial e isleño, universal y chileno; desde algunas de las primeras sensaciones del director, una casa costera y la lluvia que rebota en el zinc, a la larga geografía del país, y la tragedia de los pueblos aborígenes y el Golpe de Estado de 1973 y un botón de nácar o un riel oxidado son los vestigios de la memoria que está en el agua.
El bloque de cuarzo lo encontró en el desierto de Atacama, y esa región tan seca y dura fue la protagonista de su película anterior: "Nostalgia de la luz" (2010).
Ahora se traslada hacia el otro extremo, y en el sur profundo y la Patagonia, continúa una historia personal de Chile, que está cruzada por un sentimiento de tristeza.
Es el tono de voz del director, pero es más el estado de ánimo de alguien que parece solitario, iluminado y cansado, porque vislumbra el futuro en el cosmos o en el agua y quizás en la nada.
En otro director el material de la película podría clasificar en el cine de denuncia.
Desde la matanza y persecución de los selkman, yámanas o kawésqar, que eran 8 mil a fines del siglo XIX y ahora no quedan más que 20 descendientes, después de la conquista de los colonos, misioneros y militares.
O bien los prisioneros del 73, no los ministros y los líderes, sino la gente de la zona, maltratados y torturados y que ahora viejos se ponen para la foto y con una mano señalan el lugar donde estuvieron presos: isla Dawson.
Guzmán reúne ambos episodios y con el guión y la guía de su voz les da discurso, fluidez, sentido y coherencia.
El director busca con ansias, cuidado e inteligencia esas palabras e imágenes que le otorgan lógica política, poética y humana a su relato.
La película es conmovedora cuando la tristeza se muta en conmiseración y se desborda de pena por un ser humano. Tanto por los pueblos de Tierra del Fuego a partir de 1883, como por los chilenos desconocidos que sufrieron miedo, persecución y desaparición después de 1973.
Guzmán también entrevista a un historiador, un antropólogo, un periodista y un poeta, y todos ellos le ayudan con el eslabón y el peldaño, para que el país encaje, cuadre y tenga sentido.
Este esfuerzo intelectual y emotivo tiene el costo y la dureza de la coherencia.
Y el brote que surge natural es la tristeza.
¿Qué queda de los selkman, yámanas o kawésqar?
Un puñado de personas, el idioma desperdigado, muchos recuerdos.
¿Qué queda de Allende y la Unidad Popular?
Sólo un sentimiento que durante décadas fue una palabra prohibida: nostalgia.
El cine de Patricio Guzmán es de tristeza y nostalgia porque todo ese pasado y memoria ya tienen lugar y destino: un botón de nácar o una gota de agua.
Un lugar entre el cosmos y la nada.
2015. Chile-Francia-España. Director: Patricio Guzmán. 82 minutos. T.E.