Vivimos en lugar bendecido/maldecido por pavos reales. Porque el único momento interesante en la vida de esta creatura ocurre cuando esta (si es macho) despliega en abanico la cola, infla el buche y se transforma en una gran pelota de plumas multicolores, que se pasea con una majestad algo desubicada (después de todo, no es más que un avechucho) hasta que sobreviene el inevitable desinfle. Una vez terminado su show, el pajarón retoma la vida de corral a que Madre Natura lo destinó. Y aparecen los inconvenientes. Primero, sus destemplados ruidos: uno, cuando vuela, muerto de susto al parecer, porque suena como solterona histérica; dos, cuando se asusta (y grita "me ahogo, me ahogo"); tres, cuando por razones misteriosas, larga un corto y feo trompetazo; cuatro, cuando emite otro ruido que no recordamos.
Segundo inconveniente: se come todas las flores azules de los jardines, sin dejar ni una. Mal haya. Pero ama también las cosas chicas que huyen por el suelo, y hete aquí una ventaja que no habíamos contabilizado a su favor: cuando construimos nuestra casa, quedaron abandonadas unas planchas de aislante que se desarmaron en infinidad de pelotillas plásticas que volaban con la menor brisa, siendo imposible recogerlas. De su desaparición se encargó un par de pavos, que las cazaron a picotazos y que habrán quedado con el "foie gras". Dejaron, en cambio, unas feas cagarrutas que no hubo problema alguno en barrer.
El valor culinario del bicho es nulo, más que nulo. Duro, intratable. Antaño se lo estimaba por el plumaje, bajo el cual se escondía alguna vianda potable, llevada a la mesa en gloria y majestad. En cambio, su pariente de medio pelo, el pavo común, ha adquirido fama, aunque, a nuestro juicio, excesiva, porque tiene demasiado sabor a pavo. Como los huevos de pato: demasiado sabor a huevo. Además, el estúpido es agresivo. Jane Grigson escribe que Boileau se hizo poeta satírico en lugar de romántico porque el pobre se avinagró para siempre después de que, cuando niñito, tuvo una pésima experiencia: en una ocasión, andaba con los pantalones abajo, como suelen hacer los niñitos, y un pavo hambriento que por ahí pasaba dio un feroz picotón a lo que le pareció ser un gusano. La historia la recogió Alexandre Dumas padre, que aparte de novelista, era historiador.
Trutos de pavo en salsa
Tenga ya cocidos, con sal, 4 trutros, que ahora venden sueltos. Cueza 300 gr de pechuga de pollo en 1,5 dl de champán y otro tanto de caldo, con ramo de olores, 2 clavos de olor, perejil, 200 gr de champiñones trozados, sal, pimienta. Una vez lista, píquela menudo, añada 2 filetes de anchoa picaditos, una cucharada de alcaparras y un puñado de aceitunas verdes deshuesadas y picadas. Ligue todo con beurre manié (mantequilla amasada con harina, partes iguales), y caliéntelo. Sirva los trutros cubiertos con este picadillo de ave.